Una crisis de ingresos, otra crisis de financiamiento, a las que se le suma otra crisis de credibilidad. Esto tendría hoy en las manos el Presidente Arce, según Ilya Fortún (IF) en su reciente columna titulada “Made in Súper Luchito” (Página Siete, 27/4/2023). Haciendo eco al título de uno de mis libros, una “multicrisis”, no global pero sí nacional.
IF razona en línea recta y eludiendo las paradas: sin excedentes provenientes de las exportaciones de gas, no se puede sustentar su sistema económico y tampoco su sistema político prebendal (se entiende, del gobierno de Arce). La resultante: otra crisis, esta vez de liderazgo y hegemonía. El gobierno estaría contra la pared, y contra una pared que amenaza en colapsar en cualquier momento encima suyo y quebrarle el espinazo en dos.
Aquí siento que a IF le brillan los ojos, se le inflama su espíritu al ver próxima, la añorada, la pospuesta, la inasible caída del MAS. ¡Finalmente! Y en esos vientos, él como muchos otros, hincha sus velas. ¿Estamos preparados para capear la que puede ser una tormenta de tormentas? ¿Evistas contra arcistas, opositores contra opositores, y todos contra uno y uno contra todos por el espíritu del nuevo tiempo y el Poder? ¿Quién recogería ese país donde la nave estatal se vería azotada por los cuatro costados y para mal de colmos con las aguas económicas encrespadas e indomables? ¿Quién podría traer la calma pétrea que ponga en orden el desorden, instale la estabilidad en la inestabilidad y genere gobierno en el desgobierno?
¿Alguien otea en el horizonte esa figura titánica en el paralelogramo de las fuerzas políticas? ¿Tal vez en las sombras se acurruca el llamado por los tiempos y los vientos para dominar el juego tremendo de la política postmasista? Si todo va a mal como sugiere IF, se anuncia una atmósfera volcánica. Por lo sucedido en el gobierno de Añez, sabemos que para que el país se ponga de pie no basta que el MAS esté hincado de rodillas, tampoco que un ministro temerario traiga el cuchillo afilado entre los dientes, se requiere eso que los viejos partidos políticos construían paciente y laboriosamente a lo largo de los años, programa, organización y liderazgo. Nada de eso se ve y por eso es que todo se ve dramáticamente inquietante. ¿Se ríe por igual la historia de los revolucionarios como de los contrarrevolucionarios nacionales, pues removidas las multiestructuras, es sólo el paso de las décadas el que traerá calma y sosiego a un país que hizo de la serenidad y la inteligencia un pie de página en la marcha de los acontecimientos febriles y las pasiones dionisiacas?