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25/06/2021
Sin reservas

Enrique Paris: El baile del ministro

Odette Magnet
Odette Magnet

Brújula Digital|24|06|21|

Podría haberles dicho a los periodistas yo nunca quise el cargo, mis intereses van por otro lado. Mentira. No, él quería pasar a la historia como la autoridad de salud que salvó vidas, el que miró a los ojos al bicho asesino y le declaró la guerra desde el primer día. La idea lo entusiasmaba. Era, obviamente, la culminación de la carrera de cualquier médico. Uno puede servir al país desde distintos lugares, le dijo a la prensa en su estreno, pero hacerlo como ministro de algún gobierno es un desafío importante. Sus más cercanos lo conocían bien. Hombre corajudo, con un estilo directo, o todo o nada, no era de los que se rendía y abandonaba el barco en plena tormenta.

El problema es que la tormenta había durado más de lo previsto y, al parecer, tenía para rato. Llevaba un año peleando contra los molinos de viento que giraban gracias a la pandemia. Pero a poco andar los números de contagiados habían comenzado a bajar y con el transcurso de los meses, también disminuía el pánico. Desde distintos puntos del país, la gente comenzaba a salir de sus casas a vacunarse, contenta con la idea de romper el encierro por un rato siquiera y descartar la idea de la muerte. Pero los jóvenes se resistían desde la soberbia y la ignorancia, decía el ministro en privado.

Estaba cansado, a veces abatido. Aunque siempre supo que el cargo sería ingrato, más aún en plena pandemia. En aquellos momentos cerraba los ojos y soñaba que volvía a su hogar, a Puerto Montt, su tronco de raíces profundas. Escuchaba el golpeteo de la lluvia contra las ventanas azules del sur y levantaba la mirada hacia ese cielo revuelto de violetas y rosados al atardecer. Sus amigos advertían su fatiga y su soledad. Lo comentaban, le preguntaban por su ánimo, pero sabían que mientras no lo despidiera el jefe, seguiría estoico con sus puntos de prensa, su paso a paso que algunos llamaban peso a peso. Esto era como bailar tango, un paso para adelante, otro para atrás. Nunca había sido bueno para bailar, pero le hacía empeño.
Imponía y levantaba cuarentenas, se paseaba por las fases uno, dos, tres, cuatro. Anunciaba nuevos pases, otorgaba permisos para las vacaciones de verano, abría y cerraba fronteras.

En rigor las decisiones no las tomaba él sino el presidente, quien le consultaba mucho menos de lo que él habría querido. Esta jovencita a la cabeza del Colegio Médico lo había descrito de manera exacta pero cruel: él era un buen soldado, sin capacidad de incidir. La tormenta continuaba y donde manda capitán no manda marinero.

Dictadura sanitaria 

Su voz pausada, tan cortés con la prensa, agradeciendo siempre cada pregunta, tan acertada. Pero con algunos de su círculo cercano se quejaba de que ciertos periodistas se creían expertos en la materia y le hacían bullying. Eso le dolía. Hasta que un día protagonizó un berrinche, y los enfrentó: no es culpa de las autoridades que el virus circule, ¿o ustedes piensan que nosotros lanzamos el virus?  A los jóvenes que hacían fiestas clandestinas o se iban de carrete durante el toque de queda, que contagiaban a sus padres o abuelos, los trató de porfiados, irresponsables, sin conciencia social.

Adversarios no le faltaban, la crítica crecía, incluso entre sus partidarios. Los empresarios hartos de cuarentenas, enojados, inquietos. Con la calculadora en mano, denunciaban una dictadura sanitaria. Menos números de contagios y más de la economía, insistían en los matinales. Los de las pymes tampoco estaban contentos. Algunos diputados y senadores de la centroizquierda le advirtieron que lo acusarían constitucionalmente, recopilarían los antecedentes, y luego, juntarían las firmas. Necesitamos respuestas de otro calibre, remataban académicos y científicos.

Su manejo de la pandemia había sido desastroso, denunciaba el Colegio Médico. Se ha perdido el control, no se consulta a los especialistas, sólo a los de gobierno, y ni siquiera hay registro de las reuniones de las autoridades de salud, agregaban sus dirigentes, que se habían retirado de la mesa social del Covid en mayo.

Lo había dicho en todos los tonos: el país requería de unidad, colaboración, entendimiento. No se podía salir a reclamar por todo. En estos momentos había que luchar contra el virus y no contra el gobierno. ¡Qué mezquindad, qué paradoja! Chile lideraba la campaña de vacunación en el mundo, las vacunas seguían llegando, el país era un ejemplo reconocido por todos, y querían interpelarlo por una mala gestión. En la última reunión de gabinete, el presidente le había dicho podríamos cambiar de ministro y le había hecho un guiño. El aludido levantó la ceja izquierda y lanzó una risa breve. Sabía bien que no sería fácil reemplazarlo. ¿Quién iba a querer sacrificarse en estos tiempos de fin de mandato ante el altar de la patria? Un suicida. Punto.

Con alegría

Se le estaba acabando la paciencia. En las últimas semanas había endurecido la mirada y el lenguaje. No buscaba la confrontación ni el conflicto como su antecesor, pero tampoco lo eludía. No le gustaba que lo arrinconaran, que lo amenazaran con unos ultimátum casi infantiles. Un grupo de médicos de un hospital en Santiago había llegado a bloquear casi treinta camas como protesta ante la falta de descanso, de vacaciones y otros mecanismos que compensaran el cansancio por la pandemia. Estaban agotados, reclamaron, muchos con licencia, y no habían sido reemplazados. El ministro les pidió un último esfuerzo porque, simplemente, no se podía abandonar a los pacientes. Y citó, como contrapunto, el caso de un hospital regional donde toda la gente estaba trabajando con alegría, con entrega, con sacrificio. Nadie se quejaba. En sus palabras.

La chispa que encendió la hoguera. Los médicos, como se esperaba, se quejaron de un trato injusto, inmerecido. Dijeron estar profundamente dolidos y le exigieron que se disculpara. El replicó que había sido malinterpretado y, pidió disculpas, con los dientes apretados. Vuelvan a la mesa, les dijo, presenten su propuesta, la estudiaremos en su momento, siempre hemos estado abiertos al diálogo, a revisar las estrategias y adoptar las medidas que sean necesarias. Con la confianza rota y pocas esperanzas de ser escuchado, el Colegio Médico planteó un cortocircuito epidémico de tres semanas, suspensión de la movilización colectiva, el tránsito de automóviles, los pases de movilidad. Un nuevo plan y la creación de burbujas territoriales, el cierre de actividades productivas. La propuesta fue enviada al presidente Piñera.

Finalmente tienen una propuesta seria, bien preparada, estudiada, sentenció el ministro cuando la prensa le consultó sobre el tema. Aunque precisó que son estrategias que no se emplean en este momento en el mundo, que era un concepto muy antiguo. Como volver al pasado, remató. Sin embargo, reiteró la invitación a sentarse a la mesa nuevamente.

La siguiente pregunta, dijo el ministro, y levantó la ceja izquierda.

*Es periodista y escritora chilena 



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