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27/10/2020
Sin reservas

Plebiscito en Chile: "Con todo, ¿si no pa'qué?"

Odette Magnet
Odette Magnet

El déjà vu era imposible de ignorar.

Cómo no recordar el plebiscito del 5 de octubre de 1988 con el cual los chilenos le dijeron NO a Pinochet, quien pretendía quedarse otros ocho años en el poder. Eso fue hace más de tres décadas, pero para muchos de nosotros fue uno de los días más importantes de nuestras vidas. Derrotamos a una dictadura feroz con un bolígrafo y emprendimos, finalmente, una transición pacífica, pero compleja.

Este domingo 25, en otro plebiscito, los chilenos sacaron la voz, salieron a la calle y –también con un bolígrafo– mandaron un mensaje fuerte y claro: el 78,28% marcó “apruebo” ante la pregunta “¿Quiere usted una nueva Constitución?”. La opción “rechazo” alcanzó un 21,72%. Lo mismo sucedió con el voto en el exterior (la opción por el “apruebo” llegó a superar el 90%).

La segunda pregunta del domingo 25 se refería a quiénes debían redactar la Carta Magna. La primera alternativa: una “convención constitucional” compuesta por 155 personas, con paridad de género, exclusivamente electas con este fin. O una “convención mixta” conformada por 172 integrantes, un 50% serían parlamentarios en ejercicio y el otro 50% ciudadanos también electos con ese propósito.

De nuevo, la brecha de los resultados fue abismante. La opción de convención constitucional arrasó con el 79,22% de los votos ante el escuálido 20,78% que obtuvo la de la convención mixta.

“De ahora en adelante, la gente no va a dejar que las decisiones se adopten sin una participación real”, era el comentario más repetido en las colas que se formaron desde temprano y hasta las ocho de la noche, cuando cerraron las mesas de votación.

Claramente, los jóvenes marcaron la pauta. Ellos, los hijos de la transición, aquellos que no tienen memoria ni miedo, que quieren cambios profundos en su país y los quieren hoy y no mañana. El grito que corearon todo el día fue “¡Con todo, si no pa’qué?”

Había que empezar con enterrar la Constitución de Pinochet, nacida en 1980, y parir una nueva. Ponernos de acuerdo sobre cómo se diseñará un pacto social para los próximos 50 años y hacerlo con paridad de género. Un anhelo que se viene incubando desde hace mucho y que se expresó con fuerza para el llamado estallido social del 18-O de 2019. No cabe duda de que “la calle” fue decisiva. Sin la movilización popular no se habría llegado a este proceso constituyente que nos ocupa y preocupa.

Como otros, comparto el temor de que las expectativas sobre los futuros cambios sean excesivas, que no se ajusten a la realidad del país. La Constitución no es un programa de gobierno. No puede entenderse como una tabla de salvación ante un naufragio inminente. No es la solución a todos los problemas, ni de lejos. La cláusula de aprobación de los dos tercios (por cada artículo de la Constitución) obligará a los y las constituyentes a llegar a acuerdos y a negociar arduamente. Y de cara al país, con una convención abierta porque, de otro modo, será percibida como un acuerdo cupular. Habrá que sentarse a la mesa, sin exclusiones, a puertas abiertas. El primer objetivo: la unidad para cambiar Chile. Sin ella, este plebiscito no habrá tenido sentido.

En la nueva Constitución deben estar las bases de un nuevo modelo de desarrollo que pueda sustentar las reformas estructurales que el país requiere. Chile debe ser un país con crecimiento, pero éste debe traducirse en un bienestar para todos y todas y no para unos pocos. Aquí no sobra nadie y el esfuerzo debe ser compartido y persistente. Se necesitará unidad para que los derechos sociales estén garantizados en la nueva Constitución. Se debe poner fin al peso del desamparo, con un Estado ausente. El país necesita sanar, aprender de sus errores, procurar coherencia entre lo que se dice y se hace y cumplir con lo que se promete. Hasta que la dignidad se haga costumbre.

La elección de los integrantes de la convención constituyente está agendada para el próximo 11 de abril. Luego vendrá la redacción de la Constitución con un plazo de nueve meses, renovable por tres más. Finalmente habrá un plebiscito ratificatorio, “de salida”, a mediados de 2022. Para entonces el voto debiera ser obligatorio. Todo este cronograma se cruza con las elecciones presidenciales de diciembre 2021.

Nunca fue un secreto que la postura del “rechazo” no vencería en las urnas (ni siquiera entre buena parte de los funcionarios de gobierno), pero la contundencia de la victoria por el “apruebo” superó hasta los pronósticos más optimistas.

“Hoy hemos demostrado nuevamente la naturaleza democrática pacífica y participativa de los chilenos” dijo la noche del domingo el Presidente Piñera desde La Moneda, iluminada de blanco, azul y rojo, los colores de la bandera. Pero en el ambiente no cundía una sensación de patriotismo. Detrás de él, sus ministros actuaban como guardaespaldas. Pese a sus mascarillas no lograban disimular su desconcierto ante lo sucedido.

“Este es un triunfo de todos los chilenos que amamos la democracia y la paz, y que nos debe llenar de esperanza”, remató Piñera, en un tono poco convincente, más solitario que nunca.

La derecha –expresada en la opción “rechazo”– puso en marcha una campaña del terror. Promovió el mensaje de que una nueva Constitución significaría un salto al vacío, el reinado del caos, atentados a la libertad e incitaciones a la violencia. En el espacio televisivo concedido para emitir propaganda utilizó un lenguaje de fantasmas y de miedos, alejando la idea de un nuevo pacto social. 

El déjà vu era imposible de ignorar.

La verdad es que la gran mayoría entiende que la victoria le pertenece al pueblo, a la gente. Chile despertó y dijo “¡basta!”, dejando al desnudo que es una sociedad con ira, herida, desesperanzada. El rechazo y descontento que estallaron hace un año tenía su origen en la presencia de un modelo neoliberal que despojó a los ciudadanos de todo. Hasta del miedo. Durante décadas Chile fue considerada la casa bonita del barrio, pero se trataba de una imagen publicitaria de exportación. El discurso público no calzaba con lo que sucedía adentro. La inequidad se extendía como una larga sombra de norte a sur, fea como la pobreza. Y la bronca crecía como hiedra trepadora, en silencio. Como los hongos durante la noche en un bosque húmedo.

La llamada “igualdad de oportunidades” fue un slogan oficialista (de varios gobiernos) que se estrelló contra la frustración de miles de chilenos endeudados, sin acceso a una educación de calidad, a una salud digna, con jubilaciones paupérrimas. Desde hace varios años el país lidera el ranking de las naciones más desiguales entre las principales economías del mundo y revela la mayor brecha entre ricos y pobres.

El reclamo urgente por una nueva Constitución no admite segundas lecturas. El futuro de cada chileno y chilena está en juego. Ahora es cuando.

Odette Magnet es periodista chilena.



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