En el MAS no queda títere con cabeza. La guerra de denuncias abarca todos los temas y toca a distintas personalidades e instituciones. El intercambio de disparos no cesa y, por lo que se ve, nadie se llama a tregua.
Durante la semana pasada, el ex ministro Carlos Romero, a quien no se le conocían habilidades de investigador, de pronto deja supuestamente al descubierto todo el entramado que rodea la operación de los “mercenarios” digitales y acusa a “su” gobierno de financiar a través de terceros el montaje de una red encargada de atacar al “evismo” .
Según Romero ser mercenario no es lo mismo que ser guerrero, porque los primeros calumnian y lo segundos solo se dedican a la inocente tarea de divulgar los éxitos del proceso de cambio. Pero los que fueron víctimas de la fabricada “ira” digital en tiempo de Evo Morales saben que Romero miente.
Otra de las diferencias sería que unos actúan voluntariamente y los otros por interés , cosa por cierto discutible porque unos y otros cobraban/cobran, del mismo bolsillo estatal.
Los mercenarios hablan mal del Evismo y peor de otros opositores. Los guerreros, en cambio, sólo - la RAE manda en esto de las tildes -hablaban mal de los opositores, es decir un “pecado menor”, que no contraviene los 10 mandamientos masistas, donde atacar al prójimo no es igual de grave que denunciar al próximo.
En el MAS los tiros vienen de las mismas armas e instrumentos. Sólo cambia el que aprieta el gatillo, en este caso quienes tienen el poder coyuntural.
A diferencia de lo que pasa en el fútbol, por ejemplo, donde desde la banca se apoya al equipo en cancha, en el MÁS los suplentes o los que ya cumplieron su ciclo, conspiran contra su propios compañeros. Y así es mucho más difícil jugar. Es un equipo extraño, con dueños de la pelota y jugadores vitalicios.
Lo más grave es que mientras en el conjunto oficial, la guerra es de todos contra todos, se descuidan los temas de fondo o, peor, los temas críticos se convierten en parte del intercambio del fuego de desgaste y la estabilidad del país termina comprometida.
En uno de los momentos económicos más sensibles, la interna masista no ayuda a resolver nada. Es más, son ellos la fuente de los rumores malintencionados que terminan por crear desconfianza.
En esas condiciones, lo peor es que el gobierno se defiende, no informa. Ataca, pero no explica. Busca culpables donde no los hay y termina por complicar más las cosas.
En este tipo de guerras, la principal baja suele ser la verdad o lo que creemos que es verdad.
Hemos llegado a un punto en que todo es sospechoso, en el que ya nadie cree en nada, porque lo que parecía cierto ayer, deja de serlo hoy.
Los guerreros o mercenarios no actúan solos. Reciben órdenes y de vez en cuando sus comandantes sacan la cabeza de las trincheras virtuales para repetir el guion con la esperanza de que los medios serios se conviertan en parte del juego. Como si el rumor con rostro fuera menos sospechoso que el rumor a secas. Así estamos: en el país de la duda.
Hernán Terrazas es periodista y analista