Es en serio. Luis Fernando
Camacho busca el milagro y hasta ahora no le va del todo mal en su nueva
campaña/peregrinación hacia Palacio de Gobierno. Con un 10% en las encuestas y
la expectativa de crecer en el oriente, el candidato de Creemos quiere llegar
otra vez a la plaza Murillo, de la mano de Dios y con el crucifico en la mano.
Es casi como hace un año, cuando después de participar en las elecciones, Carlos Mesa esperaba a saber cuál era el desenlace de la presión social por la segunda vuelta, mientras el líder cívico, de rodillas ante el simbólico Cristo de Santa Cruz de la Sierra, recibía la bendición pública para emprender la ruta hacia la meca de la política boliviana con discurso de profeta y dispuesto a exorcisar los “demonios” que se habían apoderado durante catorce años del inmueble palaciego.
Después de haber intentado por la vía de la racionalidad política, con una campaña muy parecida a la del resto, Camacho volvió a los orígenes. Con la espada de las advertencias a los herejes en una mano y la cruz que reclama la adhesión de los fieles en la otra, retomó el sendero que el 2019 le permitió franquear las puertas del poder y quedarse allí, también de rodillas, por unos cuantos minutos, los suficientes para transformarse en uno de los héroes.
De Camacho no debe esperarse una gran elocuencia, ni mucho conocimiento. Y él
sabe cuáles son sus límites, como los sabía también Evo Morales, pero tiene la
capacidad o el asesoramiento necesario para darse cuenta que el proceso
electoral puede convertirse en una suerte de cruzada, donde los símbolos de la
fe puedan ir por delante incluso de los planteamientos programáticos
tradicionales.
Sí, hay que mejorar la salud, la educación, la justicia y por supuesto que también superar la crisis económica actual y la que se avecina, pero primero que nada hay que ajustar cuentas con el pasado, dejar realmente atrás el tiempo de los antiguos “demonios” y transformarse en el servidor a la derecha del Padre.
El líder de Creemos sabe que sus “fortalezas” políticas son muy distintas a las del resto de los candidatos. Como a Evo Morales, también a él lo miran con cierto desprecio: es el joven de la “gorrita”, el “ignorante” de las cosas que se tienen que saber para ejercer el poder, el “atrevido” que quiere llegar a un cargo “que le queda grande” y quien sabe cuántas cosas más que son el día a día de la redes sociales, exactamente como lo era con el exmandatario que huyó a Buenos Aires.
Camacho no representa a las grandes mayorías, a los desplazados y marginados, pero sí a los descreídos, a los que hasta que llegó él miraban pasar la política con apatía y que ahora piensan que pueden tener algún lugar en la cadena de decisiones de la que se automarginaron desde siempre. Es igual que el “ahora nos toca”, pero con referencia a otros grupos sociales: la reivindicación de los que siempre opinaron, pero nunca participaron.
No es un rival menor para nadie y subestimar su relevancia es, para decirlo en sus términos, un grave pecado. Sin su respaldo es muy probable que fracase la estrategia del voto útil con la que Mesa pretende por lo menos llegar a una segunda vuelta y, con su presencia, se hace complicado el camino de Arce hacia una victoria en la primera instancia de los comicios. Camacho tiene un voto mayoritario, firme y creyente en Santa Cruz y ha comenzado a sumar ‘fieles’ en otras regiones del oriente, los suficientes como para no ser ignorado de ahora en adelante.
En tiempos en los que la gente anda “con el Jesús en la boca”, ante la posibilidad de contraer el COVID-19 y cuando a muchos solo les queda el refugio de la oración para renovar la esperanza, la presencia de un ‘profeta’ no es descabellada y no es bueno apresurarse a descartar la posibilidad del milagro.
Hernán Terrazas es periodista.