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La curva recta | 20/10/2024

Emporcando estatuas

Agustín Echalar
Agustín Echalar

Partamos de unas cuantas verdades, sin la conquista española del siglo XVI no seríamos lo que somos, es más, simplemente no seríamos. Esa conquista fue posible gracias a un tipo testarudo y arrojado llamado Cristóbal Colón y a unos gobernantes tan arrojados como él, que además financiaron lo que otros verían como locura. Tener unas estatuas que hagan que se recuerde a esos personajes importantes para “nuestra” historia no debería ser ofensivo para nadie, de hecho, Isabel de Castilla califica para ejemplo de mujer empoderada, adelantadísima a su tiempo. No fue la esposa de un rey, fue una mujer que aspiró al poder, se hizo del mismo y lo manejó. Fue un personaje importante para crear el imperio más grande, y uno de los más longevos, de la historia de la humanidad. Colón también vale como emprendedor, un hombre de pobres orígenes que logra ascender en la escala social de su mundo hasta uno de los más altos peldaños gracias a su tenacidad e inteligencia.

¿Les fue peor a los habitantes de estas tierras con la llegada de Pizarro y los suyos? A la mayoría no, y no porque los conquistadores fueran ángeles, sino porque el arado con bueyes hizo que la vida fuera menos dura en el campo y el dinero dio más libertad para comprar lo que uno quería, aunque la mayoría atuviera un acceso muy limitado al mismo, porque la escritura logró consolidar mínimos derechos y un largo etc. Las que sucumbieron fueron las élites y no completamente, ya que una parte de las noblezas incaicas y locales la tuvieron inclusive mejor que en los tiempos previos. Fueron, ante todo, los sacerdotes los que perdieron el poder, y por supuesto el núcleo, la parte más alta, de la pirámide social del incario, vale decir los dueños máximos del antiguo régimen.

Por el otro lado, las estatuas son adornos en el ámbito urbano, no son altares, no son lugares de culto, es posible que la mayoría de la gente no sepa quién fue Isabel, pero la plaza que lleva su nombre, a pesar de estar en medio de una arteria de La Paz, es un bonito lugar, y pasar por ahí alegra la vista, algo que los paceños necesitamos mucho. Lo mismo pasa con El Prado, a pesar de todos los edificios feos y los kioscos instalados sin criterio, es un bonito paseo y es una pena ver la estatua de ese hombre de buena pierna, con la cara embadurnada y la nariz mutilada.

Quienes justifican esos actos vandálicos contra el ornato público, sobre todo reivindicando una lucha feminista, hacen una ecuación muy equivocada e invalidan la crítica que se les hace señalando que quienes la realizan se indignan más por una estatua pintarrajeada que por una mujer asesinada. Esa aseveración es una gran estupidez, porque lo uno no tiene nada que ver con lo otro, ambas acciones son malas, el asesinato de una mujer es mucho peor que la destrucción del ornato público y debe ser castigado con treinta años de cárcel, el otro delito es menor, pero debe ser castigado igual, no con treinta años de cárcel, pero sí con una importante multa.

El vandalizar monumentos no es siempre malo, las estatuas de gobernantes en ejercicio no merecen existir, pero aclaremos que las luchas por los derechos sociales o humanos jamás han tenido que ver con actos de ese tipo.

En el siglo XX, las mujeres han tenido un importante éxito en sus luchas reivindicativas, aunque aún falta mucho. En diversos espacios lo logrado en los últimos 100 años es admirable, pero ninguno de esos pasos ha sido producto del embadurnado de una estatua, mucho menos de una que representa a una mujer. El derecho al voto o los derechos elementales a tener una cuenta propia no han sido resultado ni de actos vandálicos ni de payasadas.

María Galindo, la Mamagrande de Mujeres Creando, ha convertido esto de emporcar estatuas en una especia de ritual, no ayuda en nada a una causa a favor de la justicia social, solo afea la ciudad. La activista ha perdido el sentido de la estética y confunde las cosas. No, embarrar las estatuas o pintarrajear paredes no ayuda en nada a la colectividad, solo da un placer momentáneo a quien comete esos atropellos. Después, alguien tiene que limpiar o nos tenemos que acostumbrar a vivir en un entorno maltratado y feo. Por supuesto que hay peores actos en eso de degradar el paisaje urbano, construir la Casa Grande del Pueblo fue algo mucho peor.



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