Existe el prejuicio en Bolivia que indica
que las elites económicas siempre han provenido de las aristocracias señoriales
del país, de las oligarquías; pero el análisis empírico expresa que, desde
siempre, empezando por Simón I. Patiño, el barón del estaño que muy
tempranamente se internacionalizó, hasta las burguesías cholas actuales, dueñas
de los canales de circulación del capital, propietarias de los inmensos cholets
en El Alto, dueñas de la metalmecánica en Santa Cruz; y adinerados comerciantes
de La Cancha en Cochabamba, dueñas de los transportes interdepartamentales e
internacionales, siempre han existido elites económicas provenientes de
sectores populares.
Existen otras que surgen de los inmigrantes extranjeros que no siempre venían de grandes familias aristocráticas o adineradas sino de sectores pobres que con duro esfuerzo se convirtieron en dueños de ferreterías, panaderías, fábricas de calzados, de dulces y se convirtieron en otras ramas de las elites económicas del país.
Patiño no es el único empresario mestizo proveniente de sectores populares que descolló en la minería de inicios del siglo XX; junto a él hay muchos más, pero la historia no los ha visibilizado o, en su caso, los ha incorporado al empresariado de los sectores oligárquicos. Es que en Bolivia había el gran prejuicio de creer que los sectores populares no podían llegar a ser parte del gran empresariado o de la burguesía de nuestro país. No en vano hace 30 años la sociología boliviana era reacia a entender que había burguesías cholas o cunumis, que eran muy exitosas y poseían capitales mucho más importantes que varias fracciones de las burguesías tradicionales.
Esa sociología entendía que los sectores populares debían ser necesariamente pobres; no comprendía que capitalistas de piel morena ya habían llegado a la estatura de ser las nuevas burguesías de nuestro país. Muchos analistas entendían que la fiesta del Gran Poder era sólo un ritual de características folklóricas, de reafirmación de identidades populares, pero no comprendían que ése era el lugar de exposición pública de las burguesías cholas, sitio donde, además de bailar, se realizaban y realizan grandes transacciones económicas. No se debe olvidar que ahí estaban presentes quienes tempranamente se abrieron al comercio con China y además decían “presente” los encargados de las importaciones que vienen a través de Brasil, Perú, Chile o Argentina.
Por otra parte, la conexión entre elites políticas y económicas es umbilical en toda la historia nacional, abarca desde el viejo señorialismo de fines del siglo XIX hasta el proceso de cambio actual. En el siglo XIX y en la primera parte del siglo XX era más que evidente que esas elites económicas eran, a la par, las elites políticas. En la segunda mitad del siglo XX, ¿no fue eso Gonzalo Sánchez de Lozada y varios empresarios que lo acompañaron en su gabinete?
También la historia muestra cómo en ciertos periodos, por ejemplo en el inicio de la Revolución Nacional y en el actual proceso de cambio, existieron y existen elites económicas que provienen de las aristocracias sindicales. Durante el MNR, buena parte de los líderes sindicales emenerristas, ésos que recibían los “cupos” dados por el partido de Gobierno, se transformaron en parte de las elites económicas que también fungían como elites políticas.
En el siglo XXI los trasportistas, los cocaleros, una porción de los comerciantes, los cooperativistas mineros, son parte de las nuevas elites económicas de Bolivia. ¿Ellas no son también elites políticas? Claro que lo son, no en vano son parte del reparto corporativo del poder político, por eso sus representantes aparecen como diputados, senadores, ministros, viceministros, gobernadores, alcaldes, concejales. De nuevo, las elites económicas están entrelazadas con las elites políticas y con mucha frecuencia comparten ambas funciones. La ciencia social boliviana debe despojarse de prejuicios analíticos y comenzar por describir adecuadamente a las elites económicas y políticas de Bolivia; al hacerlo se encontrará con sorpresas.