En Bolivia ha nacido, junto con las elecciones, la eterna susceptibilidad del fraude porque, de hecho, éste ha estado presente en incontables ocasiones. Desde las elecciones para centros de estudiantes en las universidades públicas, hasta las elecciones nacionales y subnacionales en las que solemos elegir, cada cierto tiempo, a ciudadanos impresentables, tiranos crueles o malandrines imperdonables, quizás porque somos muy crédulos o porque votamos con el corazón, el hígado o el color de la piel.
Volvamos a lo nuestro, el punto es que las elecciones fraudulentas tienen algo de tradición en Bolivia, un poco como el choripán o los helados que nos tomamos al salir de nuestros recintos. Esto ocurrió desde que empezamos a tener elecciones más o menos controladas. La primera vez que la población asistió a las urnas, a depositar su voto de manera directa, fue el lunes 12 de marzo de 1855. Cabe mencionar que, hasta entonces, las elecciones se llevaban a cabo de manera indirecta, es decir, con delegados de diferentes parroquias que eran quienes depositaban el voto. En fin, aquel lunes 12 de marzo, los bolivianos fueron a elegir al Presidente de entre cuatro candidatos: el oficialista Jorge Córdova, el opositor José María Linares y los destacados militares Celedonio Ávila y Gonzalo García Lanza.
Los resultados de la elección le dieron la victoria a Jorge Córdova, que iría a sustituir a su suegro, el presidente Manuel Isidoro Belzu, con el 67,09% de los sufragios (9388 votos). Los otros contrincantes no reconocieron la victoria y denunciaron la manipulación de las elecciones.
Como pueden ustedes ver, esto de gritar “¡Fraude!” no es cosa nueva, porque sí hubo varios fraudes, incluso después de la institucionalización del sistema de partidos, después de la Guerra del Pacífico; cuando la Asamblea Constituyente de 1880 identificó al caudillismo como uno de los grandes males de la política del país y se propuso armar una ley de partidos, que nos dio cierta estabilidad política.
Como consecuencia de las mencionadas políticas estatales, se había organizado con éxito a los partidos liberal, conservador y demócrata pero, hete aquí, que en 1884, estos tres partidos se enfrentaron en unas reñidas elecciones en las que los votos literalmente se compraban, dando como resultado una victoria no muy amplia del demócrata Gregorio Pacheco, generando quejas de sus oponentes, el conservador Aniceto Arce y el liberal Eliodoro Camacho, quienes bautizaron a estos comicios como “la guerra del cheque contra cheque”. Aunque la práctica de la compra de votos no se puede considerar estrictamente fraude, demuestra la falta de ética de parte de los candidatos, una práctica que no se ha eliminado hasta el presente.
Para el siglo XX los gritos de fraude y manipulación no habían cesado, a pesar de la creación, en 1956, de la Corte Nacional Electoral, que se encargó con mayor eficacia de la organización de las elecciones y de garantizar los resultados. No obstante, existieron anomalías, que en parte tenían que ver con el sistema de papeletas que, en lugar de ser controlado y distribuido por el Gobierno, era impreso y entregado en los recintos por los propios partidos políticos, lo que llevaba a que, por ejemplo, algunos partidos no pudieran llegar a todos los recintos por falta de delegados o de recursos o a que, como ocurrió en las fallidas elecciones del 9 de julio de 1978, aparecieran más papeletas que votantes. En efecto, dichas elecciones, que le daban la victoria al delfín de Hugo Banzer, Juan Pereda Asbún, fueron anuladas al registrarse irregularidades como la mencionada, además de robo de urnas con votos y sobornos, por lo que la Corte Electoral decidió anular las elecciones el 20 de julio. Pereda no aceptó la resolución e hizo golpe.
Para los años 80, la Corte Nacional Electoral había perdido su credibilidad en muchos aspectos, tanto así que los cuatro vocales que la conformaban eran conocidos como “la banda de los cuatro”. Éstos fueron acusados de manipular las actas electorales de las elecciones del 7 de mayo de 1989, pero, aunque sí se halló evidencia de irregularidades, las elecciones no fueron anuladas.
Sin embargo, se llegó a un acuerdo de partidos para evitar que esta práctica continuara: llevar a cabo reformas profundas que le devolvieran la credibilidad al órgano electoral, por lo que, de la mano de Huáscar Cajías Kauffman, se conformó una nueva Corte, cuyos miembros fueron conocidos como “los notables”, garantizando la limpieza de las elecciones posteriores.
Los reclamos de fraude volvieron a aparecer tras la aprobación de una cuestionable ley electoral creada a partir de la CPE de 2009, una ley hecha a medida para el partido de gobierno MAS. Para 2019, la susceptibilidad de la gente creció debido a que, aunque el conteo de votos ya era digitalizado, en un momento determinado, éste se detuvo y cuando fue restituido, los resultados fueron puestos en duda; la duda creció pues se tardó mucho en dar los resultados finales, incluso más que lo que se tardaba cuando el conteo era manual. La victoria de Evo Morales sobre Carlos Mesa con 47,08% contra un 36,51% generó fuertes sospechas que crearon malestar, en especial en el oriente del país.
La gente se lanzó a las calles y el resto de la historia la saben ustedes muy bien mis buenos amigos, por lo que no voy a aburrirlos repitiéndola. Sólo voy a pedirles que, a pesar de todas las dudas, vayamos hoy a votar. Que no escuchemos a quienes dicen que se hará un mega fraude sin precedentes, que votarán venezolanos o que el Presidente buscará quedarse, y que por eso cambió a altos mandos de las Fuerzas Armadas.
Es difícil hacer un mega fraude en elecciones que se llevan a cabo con actas. Si alguien lo intentara sería descubierto. Entiendo que después de tantos ejemplos de fraude uno desconfíe, pero esta vez nos toca –como decía el conde de Montecristo– esperar y confiar. Vayamos a votar con el espíritu en alto, recordando que este pueblo tumbó a quien se quiso quedar cuando le dijo que NO. Suelo ser pesimista en mis apreciaciones, pero sólo por hoy me voy a permitir tener esperanza, ojalá no me arrepienta.
Sayuri Loza es historiadora.