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El Tejo | 24/05/2020

El virus del hegemonismo

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

Si bien hay una tendencia generalizada a sobredimensionar lo inmediato, parece, nomás, que el gobierno presidido por Jeanine Añez está pasando por uno de sus peores momentos por la suma de hechos que se transforman en factores de crisis, que sólo podrían ser superados con voluntad y práctica políticas.

Sin embargo, la realidad es que muy rápidamente el equipo de gobierno se contagió del virus masista de la hegemonía, que pese a haber sido detectado a partir del instante en que se comenzó a introducir en la agenda pública una posible candidatura de la Presidenta para las próximas elecciones generales, explosionó cuando la propuesta se hizo realidad.

Es que se trata de una candidatura forzada y de la que, presumo, es víctima la propia primera mandataria. Es producto de un entorno compuesto por ciudadanos, hombres y mujeres, a los que parece que le interesa menos la trascendencia de su misión fortuitamente obtenida en noviembre pasado, que seguir manejando a más largo plazo los siempre atractivos hilos del poder, convencidos, además, de que sin la figura Presidencial su destino es retornar muy rápido al llano.

Se trata, para seguir con la figura que usó Raúl Peñaranda la semana pasada, de un virus que ya corroyó al anterior régimen y que llevó a sus líderes a salvarse sólo ingiriendo el remedio de la fuga, especie de desparasitación que sólo se fagocita con la exposición al peligro de sus bases de sustentación.

Los primeros éxitos que tuvo la Primera Mandataria han sido fruto de la acción política. La pacificación del país y la conformación del Tribunal Supremo Electoral (TSE) fueron posibles porque hubo gente del nuevo gobierno, bajo la conducción personal de la Presidenta, dispuesta a negociar con los asambleístas del MAS, los partidos y coaliciones vigentes, la Iglesia y la comunidad internacional, para encontrar soluciones de consenso a los problemas emergentes del proceso de transición.

Eso fue posible porque se hizo política como corresponde. Se convocó a elecciones y cuando parecía que la ruta estaba definida y corría sanamente se presentaron la recaída con el virus del MAS, que convirtió a la Presidenta en candidata, y la pandemia del coronavirus.

A partir de ese momento, los operadores del gobierno han actuado con la misma actitud del MAS en sus 14 años de gobierno: creer que tienen la razón en todo, comprender la negociación política como fracaso, descalificar y amenazar a los disidentes, llenar el aparato estatal de sus seguidores (basta escuchar para comprender esta actitud la conferencia de prensa que la Canciller ofreció sobre el caso de la compra de respiradores, en la que se enorgulleció de haber botado a más de 150 funcionarios de su despacho, dentro y fuera del país, y presentarse como la que dirige las relaciones exteriores, olvidando que quien lo hace es la Presidenta), utilizar arbitrariamente el aparato estatal para su beneficio y cerrar toda posibilidad de diálogo, achacando la culpa a los otros.

Obviamente hay excepciones, pero, por lo que trasciende a la información pública, quienes actúan haciendo política tienen un poder muy limitado.

En ese escenario surge, para terror de las clases medias provincianas, la figura de la gobernadora cochabambina que, pese a otras actuaciones bastante cuestionables, viabiliza dos logros importantes en este momento. El primero, desbloquear la elección del director del Servicio Departamental de Salud al ceder en su original decisión de mantener como tal a un militante del MAS, pero impidiendo que lo sea un militante de la alianza de la Presidenta. En acuerdo con los sectores vinculados directamente con el tema, se optó por la elección de un reconocido médico, que en un principio intentó ser ninguneado por el gobierno central.

El otro logro fue desarmar posiciones de los dirigentes del criminal bloqueo y la violencia desatada por sectores afines al MAS en Kara Kara y la zona sur cochabambina, y abrir canales de negociación que, es de esperar, que las autoridades del gobierno aprovechen para recuperar la normalidad.

A este complicado escenario hay que sumar el acto de violencia institucional realizado por los mandos de las FFAA ante la Asamblea Legislativa.

Es pues difícil el momento que atraviesa la gestión de gobierno, y la condición para enfrentarlo es que la Presidenta recupere su capacidad de auto inmunizarse para controlar el virus masista de la hegemonía. Ello exige abrirse al diálogo y la búsqueda de acuerdos que le permitan culminar exitosamente la gestión que se le encomendó en noviembre.

Y la condición para lograrlo parece ser, sine qua non, renunciar a su postulación en aras de la preservación del sistema democrático.

Juan Cristóbal Soruco es periodista.



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