El voto opositor se concentra en uno de los aspirantes, Carlos Mesa, en parte por los atributos del exmandatario –más como exvocero de la causa marítima que como gobernante– pero también porque no existe otra opción que en la coyuntura pueda hacer frente a Morales.
El resto de los candidatos participa del juego, pero sin fichas para la apuesta y sin una tribuna que los respalde. A lo sumo, avanzarán hasta donde les dé la fuerza o el bolsillo y después verán la forma de participar de algún intento de unidad, siempre y cuando puedan obtener algo a cambio.
El gobierno transitó de la preocupación a la alarma, porque incluso el voto “duro” del MAS, equivalente al 35% que había mantenido en las circunstancias más adversas, parece haber mermado en los últimos meses.
El costo de mantener las lealtades es cada vez más alto, para el gobierno y también para el erario público. No basta para ganar ofrecer el doble aguinaldo, los vehículos para los sindicatos ni los compromisos de futuras cuotas y ni siquiera será útil para el oficialismo el Seguro Universal de Salud, que a la corta demostrará su insostenibilidad y generará más bronca que aplausos entre los supuestos beneficiarios.
No bastará tampoco el haber triplicado el presupuesto del Ministerio de Comunicación. Cuando la suspicacia se apodera de los electores, como ocurre hoy, de nada sirve el bombardeo publicitario. Lo que antes era útil, ya no lo es ahora.
Los guerreros digitales y su patética batalla en las redes ilustran la inutilidad de las estrategias gubernamentales. Nadie cree, ni comparte, los elogios de los posteadores que desde el anonimato celebran supuestos éxitos gubernamentales y lanzan furibundos ataques a sus adversarios.
La “nueva” comunicación política, esa que no prioriza las grandes concentraciones públicas ni la inversión millonaria en los medios tradicionales, y que busca más bien la aproximación segmentada a través de las redes sociales ya no le sirve a un gobierno con la credibilidad irreversiblemente desgastada. La reiteración, el “miente, miente que algo queda”, ya no dejan casi nada.
Los ataques a los medios que no comparten la visión gubernamental y a los periodistas que no transcriben el discurso del rey, sólo le restan credibilidad al régimen.
En su desesperación, el gobierno radicaliza su discurso para mantener satisfechas a sus bases, pero también se saca fotos con empresarios privados. Morales hace equilibrios entre las corbatas y los ponchos, balbucea lenguas nativas, pero no seduce ni convence como antes: el fantasma de la derrota lo persigue como una sombra.
Puede ser el último año sí, a pesar de las luces, que apenas iluminan tramos del pasado, pero que ya no sirven para ahuyentar la penumbra que está a punto de borrar lo que alguna vez quiso insinuarse como un proceso de cambio.
Hernán Terrazas es periodista.