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La Escaramuza | 27/08/2025

El triste fin de una experiencia histórica

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

El poder que el MAS construyó se sostenía en dos pilares: un relato ideológico de reivindicaciones sociales y una considerable dosis de racismo, y una férrea unidad en torno a Evo Morales. Hoy ambos pilares muestran grietas profundas.

La primera y más palpable es una erosión moral que la ciudadanía la percibe con creciente intensidad. Lo que en su día fue un discurso poderoso hoy se siente como un argumento desgastado y tramposo.

Los recurrentes escándalos, desde sobreprecios en obras públicas, hasta denuncias de nepotismo y manejos irregulares en empresas estatales, han dejado de ser vistos como actos aislados; se han convertido en el sello indeleble que el MAS llevará como herencia de su paso por el poder, a lo que se añaden denuncias de orden moral y ético en torno al comportamiento personal del caudillo.

Paralelamente, y como consecuencia directa de esta degradación, se ha producido una fractura partidaria irreversible que resulta aún más devastadora en todas las dimensiones de la política partidaria.  La cohesión interna que alguna vez fue su mayor fortaleza se ha hecho añicos. La pugna entre fracciones ha trascendido el debate ideológico para convertirse en una batalla abierta por el control del partido y su triste legado.

Esta guerra interna, librada en declaraciones públicas, acusaciones cruzadas y disputas por el control de las organizaciones sociales proyecta una imagen de caos y canibalismo político impensable hace apenas un par de años atrás. Más allá de dividir su propia base social, esta fractura transmite al resto del país una profunda ingobernabilidad que ha afectado dramáticamente la gestión de Arce Catacora.

La consecuencia de este desgaste es una crisis interna que ha fragmentado las lealtades y sumido al movimiento en luchas intestinas, disputas por el liderazgo y una notoria desconfianza entre las distintas corrientes que antes marchaban unidas.

La falta de renovación de cuadros y la resistencia a escuchar demandas genuinas de la sociedad han profundizado el desencanto colectivo. Se percibe un alejamiento entre las bases sociales y la dirigencia, una brecha que se ensancha cada vez que, en vez de autocrítica, se recurre a viejas consignas y justificaciones.

Así, el MAS transita un sendero en el que el discurso ideológico ya no basta para sostener un edificio que amenaza derrumbarse por el peso de sus propias contradicciones.

Hoy los resultados electorales ya dejaron claro que el fin del MAS está prácticamente consumado. Esperemos que no termine arrastrando el país entero.

Mas allá de cualquier consideración de tipo coyuntural, sin embargo, el país perdió la mejor oportunidad histórica de poner en marcha una nación a la altura del siglo XXI. No solo porque este siglo conlleva una carga de equidad e inclusión que ellos racializaron inútilmente, sino, además, porque a pesar de la ingente cantidad de recursos financieros, la corrupción y el derroche lapidaron la mejor oportunidad en toda nuestra historia.

Por donde se vea, el paso del MAS por el poder será juzgado por las próximas generaciones como el peor régimen en toda nuestra historia republicana.

Renzo Abruzzese es sociólogo.



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