La Alasita es la fiesta de las cosas pequeñas y de las grandes esperanzas. La gente compra las miniaturas de lo que después quiere ver transformado, casi de milagro, en realidad. Es una cuestión de fe y la fe mueve multitudes.
Los mayores, esperanzados, aspiran a que se obre el milagro de la multiplicación de los bienes y los menores a poder disfrutar, así sea en pequeño, de los objetos que normalmente forman parte de la vida de los grandes.
La celebración anual resume, además, los estados de ánimo colectivos. En tiempos de sequía se compraba tanquecitos de agua, en los del Covid certificados de salud y así según el tema que predomine en la época.
Lo más probable es que ahora, por ejemplo, no falten las botellitas de aceite, un bien escaso o encarecido, los bidoncitos de diésel o gasolina, tal vez las marraquetas, siempre en peligro de desaparición y, por supuesto, los documentos que avalan la cancelación de todas las deudas.
Y en vísperas de elecciones no faltarán los candidatos que vayan en busca de su sillita presidencial, con la esperanza de que el Ekeko sea el mejor jefe de campaña en época de votantes desilusionados y apáticos.
De paso, claro, aunque sea por un par de horas, los “presidenciables” serán uno más entre la marea de fieles que disputa el incienso de los yatiris improvisados o la bendición, a regañadientes, de sacerdotes resignados a aceptar ser los mediadores ante Dios, que mira de reojo a los paganos.
Todos los políticos tienen su colección de “sillitas” y de “medallitas” presidenciales y aunque la suerte ha sido hasta ahora esquiva para la mayoría, no pierden la fe.
Por si acaso, algunos compran “edificios chiquitos” para que se vuelvan grandes torres y otros un manual de “versitos” para mejorar las rimas discursivas. Algunos prefieren los soldaditos de plomo, mientras que otros sueñan con los “avioncitos” y otros privilegios perdidos.Es tiempo de cosas pequeñas para pensar en grande.
En la lista presidencial de compras, no faltarán los “lingotitos” de oro que buena falta hacen en las reservas, los dolarcitos que desaparecieron desde hace algunos años de las bóvedas del Banco Central y algún amuleto, tipo huayruro, que le dé el valor necesario para detener a Evo Morales, aparte claro de algún favorcito que elimine a los rivales de turno en la carrera del mercado del litio.
El Ekeko nunca fue más necesario para un presidente, sobre todo porque de la antigua prosperidad solo quedan recuerdos y muchas deudas, y porque en las próximas elecciones necesitará de todos los dioses, de los de aquí y de los de más allá, para convertir los pocos votitos que le quedan en unos cuantos votos más.
Es tiempo de las cosas pequeñas e incluso el Ekeko anda en plan austero. Perdió peso con la inflación y hasta tuvo que deshacerse de algunos bienes para hacer frente a la crisis.
Pero el Dios de las “cositas” no podía faltar a su cita anual, sobre todo ahora que hay escasez de ilusiones, abundancia de temores y la sospecha de que la lectura de la coca viene con malos augurios.
Hernán Terrazas es periodista.