Este año se festejan 490 años de la fundación de Lima, la actual capital del Perú y otrora capital de toda esta parte del mundo, vale decir, la Sudamérica hispana. La estatua de su fundador que estaba originalmente colocada en una respetable esquina de la plaza principal, fue retirada de allí y llevada a un depósito hace casi 20 años (luego fue colocada en un parque junto a la antigua muralla de la ciudad), en tiempos del presidente Alejandro Toledo, cuando también fue cambiado el nombre de una de las arterias del centro, de Wilson a Inca Garcilaso de la Vega, aunque hasta el día de hoy Wilson sigue siendo Wilson en el habla cotidiana.
La estatua volvió hace pocos días al centro de la ciudad, precisamente el 18 de enero, día de su fundación.
El monumento tiene una historia curiosa, porque no fue hecha por iniciativa ni de los descendientes de Pizarro ni por alguna asociación nostálgica de la época virreinal ni por el franquismo, sino por un norteamericano acaudalado que al enterarse de la vida, pasión y muerte de Francisco Pizarro creyó que este merecía no solo un monumento, sino dos, y mandó a hacer un par de estatuas ecuestres de “El Marqués”, una para su ciudad natal (Trujillo,Extremadura)y otra para la ciudad que fundó y donde halló la muerte.
En estos tiempos en que algunas personas, un tanto desquiciadas, por cierto, arremeten contra estatuas de personajes históricos porque vistos con los ojos de hoy estos resultan unos canallas, el que se haya restituido a la plaza principal de Lima la estatua del autor, intelectual y material, de la conquista española sobre el imperio incaico, no es poca cosa. Seguro que muchos ven esto una gran provocación, pero puede ser visto también como un gesto importante para consolidar el entramado social peruano (y boliviano, de paso).
Lo cierto es que Pizarro no solo es el fundador de Lima, sino el creador del Perú, que fue establecido sobre los cimientos de un mundo cultural previo, el prehispánico, sin lugar a dudas, pero que tuvo significativos aportes que hicieron de esta parte del mundo lo que es, para bien o para mal.
La conquista española tuvo su lado brutal; sin embargo, fue un proyecto serio, que creó una sociedad mestiza en forma y fondo de la que podemos sacar pecho. Factores muy complejos, que no entran en una columna, terminaron consolidando los peores rasgos del racismo como parte central de nuestra estructura social, pero es precisamente Pizarro quien produjo hijos mestizos, que fueron legitimados y que heredaron su fortuna. Que la hija de Pizarro, doña Francisca, no solo fuera hija del conquistador sino nieta de Huayna Capac, es un detalle que no debe ser dejado de lado (de alguna manera, una parte del oro de Cajamarca volvió a través de ella a manos de algunos de los descendientes del último gran inca).
Si consideramos las tonteras mexicanas de AMLO y de la presidenta Claudia Sheinbaum, en realidad la restitución de esta estatua es un gesto muy razonable, no hacia España, sino hacia nuestra propia historia. Renegar de nuestro pasado andino sería una gran estupidez, de la misma manera que lo es renegar de nuestro pasado español. Ambas vertientes tienen aspectos admirables y también abominables.
El futuro de nuestros países está íntimamente ligado al reconocimiento del mestizaje como la fuerza que puede hacernos salir adelante en paz. No es una propuesta nueva: a su manera y con sus limitaciones fue parte del discurso independentista y de la Revolución de 1952. Pretender negar la realidad del mestizaje (pensemos en los censos bolivianos recientes) no solo implica una deshonestidad intelectual como la de la presidenta de México, sino que puede ser aún peor, porque busca ganancias políticas a partir de crear antagonismos supuestamente insalvables.
Paradójicamente, Pizarro puede ser el símbolo de este mestizaje ya que con él comenzó el proceso. Su historia es fascinante, su periplo por la vida es extraordinario, su legado no es poco y por ello vale la pena interiorizarse en los detalles de su existencia. No le pido que la próxima vez que vaya a Lima lleve un ramo de flores a su monumento, pero acérquese sin prejuicios y hasta sáquese una selfi.