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23/10/2020
Mesa de Noche

El recuento de los daños

Marcelo Arequipa Azurduy
Marcelo Arequipa Azurduy

Ya se sabe que llegamos a las elecciones presidenciales divididos en dos bloques: masismo vs. antimasismo. Luego, por tanto, las variables que agregaban y movilizaban no eran dictadura-democracia, es decir, no era una discusión principista.

Cuando se habla de masismo vs. antimasismo, nos estamos refiriendo a la identidad política, esta es una primera pista crucial para entender el escenario de las candidaturas. Primero evidenciamos a estos dos bloques en clave cuantitativa a través de las encuestas electorales para saber cuánto del electorado estaba contenido en qué bando. Luego puntualizamos algunos aspectos cualitativos de la última semana antes del día de las elecciones.

Las encuestas se acercaron a precisar hasta el final los conglomerados duros que tenían masistas y antimasistas. Al mismo tiempo, nos decían que había entre un 20 y 23% que se dividían entre votantes que ocultaban sus votos y otros tantos que no sabían por quién votar. Se entiende que el votante “oculto” es aquel que es contrario al gobierno de turno y a la corriente política dominante en el espacio geográfico en el que vive ese elector. Como las encuestas eran levantadas en gran medida en centros urbanos en los que el antimasismo era relevante, entonces se planteó la hipótesis que ese voto le pertenecía en mayor proporción al MAS; en cambio, el voto “indeciso”, era aquel que estaba más ubicado en el antimasismo, y por lo mismo reclamaba dos cosas a sus candidatos: quién de ellos representaría más fielmente esa identidad antimasista y cuál de ellos le otorgaría certeza respecto a la crisis económica que llevamos viviendo.

Así, llegamos a la última semana antes de la elección en la que los candidatos del MAS se dedicaron a difundir dos mensajes principalmente: el primero, relacionado con una lectura autocrítica interna respecto de Evo y su círculo más cercano. Este mensaje claramente no era para capturar votos del otro frente, sino que era para buscar terminar de convencer a aquella persona que había dejado de votar al MAS desde 2014. El segundo mensaje, que puede revisarse en el último spot publicitario antes del silencio electoral, era apelar a un voto con esperanza y con alegría, para que los problemas que tenemos sean solucionados. En conclusión: se apelaba a movilizar sentimientos positivos.

En esa misma última semana antes de la elección, en el antimasismo identificamos los siguientes mensajes: Carlos Mesa repetía la triada: 14 años, corrupción y fraude; mientras el electorado, como dijimos antes, estaba buscando respuestas a la economía, Mesa se dedicaba a responder con esa inefectiva triada. Por ello no había conexión entre el candidato y el electorado. Segundo, los días jueves, viernes y sábado previos a la elección muchos se dedicaron a romper el silencio electoral en redes sociales e internet para acusar a Camacho de permitir el retorno del MAS. En esa lucha encarnizada entre mesistas y camachistas y el diálogo sin conexión al que nos referimos antes, entonces el electorado vio con malos ojos el hecho de que ahí no había posibilidades reales de administración del poder ni de una convivencia política. En conclusión: esa campaña en redes sociales apelaba a movilizar sentimientos negativos.

Por eso nos encontramos con los sorprendentes datos de votación favorable al MAS, porque alguien había hecho la tarea y se había dado cuenta de la transformación concreta del país y sus actuales preocupaciones. Finalmente, recién en la madrugada del lunes Bolivia salió de la unidad de terapia intensiva y pasaba a sala de recuperación. Pero antes de que tengamos el alta es necesario que el sector que no cree en los resultados procese el hecho de que tiene un problema de perspectiva de la realidad. No debemos pretender que las aspiraciones individuales se materialicen en el resultado nacional. Mientras tanto, el masismo debería entender que enfrenta en los centros urbanos a población con capacidad de movilización y que no es un fenómeno pasajero. Son personas que ya venían reclamando espacio desde 2016, no dárselo sería un gran error.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.



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