Que el populismo esté en trance de
desaparecer es más un deseo piadoso que una constatación empírica… Es una de
las enseñanzas de las recientes elecciones en Argentina. Allí, el candidato que
muchos pensaban ganador en primera vuelta, Javier Milei, salió segundo.
Sorpresivamente, a quien daban por seguro perdedor, el oficialista Sergio
Massa, ganó encabezando la preferencia electoral y rumbo, este 19 de noviembre,
a la segunda vuelta.
Javier Milei –personaje excesivo incluso para el temperamento argentino– vulgarizó el calificativo de “populista” como políticamente denigrante y humanamente peyorativo. Lo curioso es que sus oponentes lo califican a él también como populista. El populismo estaría, así, sabiamente repartido entre la derecha y la izquierda política, destacando preferentemente en sus extremos.
El populismo entendido de esa manera es algo difícil de definir. Identificaría a grupos y personas carentes de núcleo ideológico y con reflexión deficiente, que prefieren halagar al pueblo, apelando a sus más bajos y elementales instintos, en lugar de elevar su nivel de raciocinio y discernimiento.
Tal definición, sin embargo, revela asaz discriminación y desprecio al otro. Se utilizan categorías y actitudes que son –incongruentemente– atribuidos a los populistas. Sin embargo, ¿qué hay de más manipulador y desdeñoso que creerse el poseedor de la verdad, imaginarse el iluminado maestro de las masas todavía sumidas en el oscurantismo?
Habría que regresar a la definición primaria y elemental del populismo: tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Siguiendo esta definición, salvaguardar los intereses y aspiraciones del pueblo requiere estar integrado en ese pueblo o, por lo menos, tener empatía con él.
Milei es el prototipo adecuado de quien está alejado del pueblo y sin embargo determina que, a pesar de ello, el vulgo le debe escuchar y obedecer. Vive en un caos conceptual que sus devotos están obligados interpretar y defender. De ahí, por ejemplo, su apego al tecnicismo cuando perora sobre economía. Aberración también común en varios analistas bolivianos.
Lo errado de lo anti populista se muestra en que el iluminado sobre las causas de la hiperinflación que aqueja Argentina haya quedado segundo, y el responsable de esa situación le haya ganado. ¿Es que el pueblo es tonto? Simplemente, no son los preciosismos economicistas los que le influyen y motivan, sino la empatía con sus ansiedades estructurales e históricas.
Alejarse del pueblo, no ser populista, ocasiona perder, a veces catastróficamente. En Argentina el ministro de Economía va a las finales y quizás salga elegido presidente. Y es que, siendo responsable del descalabro en su país, le basta solo enfrente a un rabioso victimario de lo popular. Algo parecido, y más dramático, sucedió en Bolivia cuando el 2019 un “gobierno transitorio” no supo encajar con lo popular –ser populista– y provocó el retorno triunfal al año siguiente de un partido que ya había cumplido su ciclo histórico y servía entonces únicamente como materia para los desagües de la historia.