La reciente fiesta del Gran Poder me trae a la memoria muchas imágenes: por ejemplo, qué lejos han quedado aquellos días en que esa fiesta estaba oculta, casi clandestina, cerca de la iglesia del Rosario, festividad oculta sí, pero no marginal.
Hace décadas ese acontecimiento mostraba signos que ahora hay que remarcarlos en mayúsculas, se trataba de una fiesta en la cual se mezclaban los códigos religiosos con elementos sociales, culturales y económicos dignos de resaltar. Tras de la fiesta del Gran Poder hay un mix cultural y económico que no siempre es fácil de desentrañar. No eran los indígenas quienes realizaban su fiesta, tampoco eran los campesinos; de otra parte, tampoco eran sectores populares empobrecidos quienes danzaban. Más bien se percibe que, décadas atrás, los protagonistas eran sectores mestizos, clases medias populares, pero buena parte de ellas, adineradas. Hace décadas se percibía que eran las burguesías cholas quienes eran las dueñas de la fiesta, en ella no sólo se producían actos culturales relativos al baile, sino más bien, siguiendo la lógica de mercado y el ADN comercial de los sectores populares, se realizaban grandes transacciones económicas sobre los diversos negocios que poseen las burguesías cholas.
Hablamos de esas clases medias populares que son producto de la democratización económica abierta por la Revolución Nacional de 1952, nos referimos a quienes controlaban el transporte interprovincial, interdepartamental e internacional, contrabandistas, dueños de metalmecánicas, comerciantes de los barrios de Chijini, carniceros, dueños del comercio de abarrotes, maestras de mercados, empresarios dueños de pequeños emprendimientos, choferes de taxis y de transporte urbano, uno que otro empleado público y muchos más, pero con importantes peculios económicos. Y claro está, empresarios, burgueses de piel morena de la Uyustus, de la Eloy Salmón, del mercado negro, de la 16 de Julio, de nuevos neoliberales que han diversificado cartera y que poseen locales comerciales desde El Alto a la zona Sur de la Paz.
En el Gran Poder había y hay un fuerte código económico que muestra un nuevo tipo de acumulación, especialmente comercial, muy distinto al de los empresariados tradicionales o de las oligarquías; se trata del impulso comercial de las burguesías cholas y sectores populares que hace más de 70 años controlan los canales de comercialización en Bolivia. Junto a eso, el dato resaltable es la presencia de nuevos actores mestizos, de actores fundamentalmente urbanos y urbano-rurales, pues hay una continuidad económicocomercial entre el campo y la ciudad. Ellos son portadores de culturas traídas desde sus mundos rurales, pero que se complejizaron por su existencia cotidiana en mundos urbanos ligados al desarrollo de economías de mercado, a veces contactadas con lógicas de reciprocidad, varias veces materializadas en los presteríos frecuentes que hay en las ciudades, pero nunca desligadas de la globalización. No en vano muchas de las burguesías cholas tienen atado su cordón umbilical comercial a los negocios establecidos con la China.
Desde hace algunas décadas, la fiesta del Gran Poder ha tomado a toda la ciudad de la Paz; por medio de la fiesta se ha visibilizado al mestizaje adinerado, ha resaltado la existencia de burguesías cholas y de nuevas clases medias populares adineradas que controlan una buena parte de la economía nacional. El Gran Poder lo que hace es resaltar la diversidad cultural, económica y religiosa que hay en Bolivia, pero lo hace con un acento mestizo, no indígena ni campesino, con una influencia urbana y urbano-rural, con inclinación económico que se liga a las lógicas de mercado y de acumulación, por tanto, que no vive solamente en la lógica de la reciprocidad. No en vano es fuerte el estribillo de la morenada que dice: “Cuánto tienes, cuánto vales, amor mío, si no tienes, yo te pago”. El Gran Poder muestra que vivimos en épocas de la globalización y de las burguesías cholas en Bolivia.