Arturo Martínez escribía limpio en su máquina Remington (si mal no recuerdo la marca). Era imposible encontrar un error, ni siquiera de una coma mal puesta. Tecleaba a la velocidad de la adrenalina que provocan las noticias súbitas. Era/es un gran periodista, era el Jefe de Informaciones del periódico HOY. El Tac, tacatac, tac, tacatac, tac, tacatac de su teclado sonaba armónico cuando las noticias eran buenas. Pues… en el periodismo, las malas noticias son buenas noticias.
Una mañana de principios del 90, apareció en su escritorio una computadora que funcionaba con un disquete. No era un regalo de Navidad, era el anuncio de que comenzaba una nueva era para el periodismo. Ese día desaparecieron las máquinas de escribir y las transcriptoras que copiaban los textos de los periodistas a otras computadoras precarias. Las computadoras de última generación aquella vez y hoy de la era primitiva, estaban en red. Y todo flui más rápido y con menos personal.
Los periodistas veinteañeros, en ese entonces, celebramos los nuevos juguetes porque podíamos equivocarnos mil veces y rehacer las noticias sin gastar papel y comenzar todo de nuevo. Podíamos reordenar los párrafos y perfeccionar las oraciones. Un pequeño cambio que aún no movía las placas tectónicas del periodismo.
El terremoto llegó en 1995, cuando Internet arribó a las redacciones de forma súbita. Un año después, los principales diarios del mundo crearon sus primeras páginas web y ampliaron sus públicos reduciendo prácticamente a cero el tiempo de viaje de las noticias de cualquier parte del mundo a cualquier parte del mundo. De inmediato, desembarcó la palabra digital e incubó el término pixeles para reemplazar a otros dos: tinta y papel.
Así comenzó el fin del modelo de negocio. Las noticias pasaron de ser compradas a gratuitas. Así empezó el camino hacia la aseveración del secretario de Estado para la Digitalización del gobierno de EEUU, Oliver Dowden: “La mayor crisis existencial de la historia de la prensa”.
En 2003, en Educación Radiofónica de Bolivia (Erbol) reflexionamos sobre el futuro que había llegado antes de tiempo: Asumir la convergencia tecnológica o morir como radio. Por ello, lanzamos después de la masacre de octubre de 2003 el periódico digital Erbol, un medio que sin publicar noticias en soporte papel comenzó a competir con los diarios.
El teléfono móvil se constituyó en el periódico de periódicos gracias a los dedos urgentes buscadores de información. La noticia oral se volvió textual y la radio dejaba de ser exclusivamente radio para ser periódico y luego video. En una palabra: multimedia.
Las réplicas del terremoto tecnológico obligó a los periodistas a transitar hacia la multifunción: videos, textos, gráficos, datos. Cuando se acomodaban las cosas, llegó Facebook (2004), Twitter (2006) y causó otro temblor. Los gigantes de tecnologías de información comenzaron a crecer más y más hasta quitarle la otra fuente de ingresos que tenían los medios tradicionales: los anuncios publicitarios.
Perder el monopolio de producción y de ventas de noticias y de publicidad marcó el adiós de la era de la imprenta y señaló el cambio de paradigma periodístico. En consecuencia, era el fin de los mass media porque las redes sociales desmasificaron las audiencias al darles herramientas para informar, participar sin intermediarios en la construcción de la opinión pública e intervenir en el control de la agenda pública.
“El modelo antiguo (de periodismo) ya no es válido porque se dirige a los lectores como una masa y esto ya no es así porque tendremos que empezar a ver a las personas como individuos, el gran valor para el negocio. Si somos un servicio, nuestro éxito va a estar en ver lo que quieren las personas y ofrecérselo. Ya no se puede ofrecer lo mismo a todos porque somos individuos”, diría en 2014 el analista digital estadounidense, Jeff Jarvis, en Madrid, en un encuentro de Google, según cita Albert Montagut en su libro “Reset. Cómo concluir la revolución digital del periodismo”.
El segundo terremoto para los medios tradicionales fue el covid-19. Llegó a Bolivia el 11 de marzo de 2020. El modelo de negocio del periodismo tocó fondo porque aceleró los procesos. Era sabido, por ejemplo, que los periódicos en soporte papel iban a desaparecer, pero no pues tan rápido. Se intuía que iba a llegar el home office algún día, pero no pues matar el reporterismo.
En los días más duros del Covid (julio 2020), el periódico digital Guardiana informó que 526 trabajadores de la prensa fueron despedidos. Posteriormente, Rimaypampa demostró en un reportaje la precarización del trabajo periodístico.
¿Qué hacer?, me pregunto un colega veinteañero en un encuentro. Sólo atiné a responder parafraseando a Jeff Bezos: inventar, lo que quiere decir que necesitamos experimentar hasta hallar el nuevo modelo. ¡Ah! Y saber que “estamos ahora en el final del principio de la era digital” como vaticinó la experta internacional en dominio de la transformación digital, Lucy Kueng.
Imagina lo que aún falta por venir para el periodismo en esta era que recién comienza.
Andrés Gómez es periodista