En la vida y práctica sindical, el
paralelismo es la creación o conformación de directivas, organismos o
instituciones similares, generalmente con el propósito de manejar un sindicato o
entidad cuya dirigencia no se ha podido conquistar mediante las vías legales.
Pongámoslo de manera más clara: cuando un grupo de personas que intentó manejar una institución no lo logra en el marco de su estatuto, entonces forma otra dirigencia al margen de esa norma y, cuando ni eso resulta, entonces crea su propia institución, igual a la que no pudo llegar a controlar. Ese es el paralelismo sindical.
Debido a que provoca división, y ese es el primer paso a su destrucción, el paralelismo es considerado una falta sindical gravísima y, como tal, es causal de expulsión. El caso que yo conozco directamente es el de la organización a la que pertenezco, la Confederación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Bolivia (CSTPB), cuyo estatuto califica como falta gravísima a “promover división o crear organizaciones similares que signifiquen paralelismo sindical o participar en ellas”.
En 2018, y pese a la claridad de esa norma, el entonces secretario ejecutivo de la CSTPB, Héctor Aguilar, violó el estatuto al cambiar unilateralmente de sede los congresos extraordinario y ordinario que debían realizarse en Montero y Yacuiba y los realizó ambos en Riberalta, en un tiempo en el que a esa ciudad solo podía llegarse en avión. Llevó en una nave a su gente y fue esta la que lo reeligió, rompiendo así la institucionalidad de la organización. Aguilar procedió de esa forma para literalmente entregar la organización al MAS, del que es afín. Llegó, incluso, a proclamar públicamente su defensa del proceso de cambio y los ministerios masistas lo apoyaron sin reservas.
No es un caso aislado. En su afán por tener el control total, el MAS ha cooptado casi todas las organizaciones del país. Muchas las ganó legal y legítimamente, pero, donde no pudo hacerlo, creó directivas u organizaciones paralelas, para hablar a nombre estas y luego crear organismos aglutinadores, como el Conalcam. Entre sus últimas intromisiones está el intento de toma de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, con los resultados por todos conocidos, y el brutal hachazo a la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, de la que emergieron dos directorios.
El MAS no se da cuenta, o finge no hacerlo, que está destruyendo a las organizaciones. No le basta con controlar los diferentes niveles de gobierno, sino que quiere copar hasta la última organización existente en el país. Eso tiene un nombre, totalitarismo, y quienes le hacen juego son sus cómplices.
Los que actúan por y para el MAS en las organizaciones son títeres cuyos nombres están pasando a la historia con el rótulo de “ignominiosos”.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.