La aparición del coronavirus ha abierto las compuertas a las
más diversas reacciones que, a decir de varios entendidos, muchas veces causan
mayores estragos que la enfermedad como tal.
Además, que aparezca este virus en circunstancias en que a nivel mundial estamos viviendo un profundo proceso de cambio, hace que la incertidumbre y el temor al futuro aumenten irracionalmente. Más aún si, como una maldición, han coincidido en el manejo de la política mundial líderes para quienes conceptos como honestidad, solidaridad y escrúpulos no existen.
La cruda verdad es que hay una nueva enfermedad, como en su tiempo fueron el cólera, el sida, el ébola o la gripe H1N1. Y tomará todavía un tiempo encontrar los remedios y vacunas que permitan curarla y prevenirla. Pero, hasta entonces, las probabilidades de que mucha gente muera han aumentado, por lo que se debe adoptar todas las precauciones para que el mal sea el menor posible.
No se trata de minimizar el problema. De lo que se trata es de situarlo su real dimensión y aunar esfuerzos (médicos, económicos, sociales, culturales, comunicacionales) para enfrentarlo con eficiencia de manera que en el plazo más corto sea reducido a lo que parece que es: una nueva forma, por el momento muy letal, de gripe.
Si se ve así el problema, corresponde actuar en forma consecuente y una forma de hacerlo es, en las circunstancias que vive el país, no utilizarlo en forma canallesca como arma de campaña electoral o ideológica, como se lo está haciendo irresponsablemente. Más bien, los ciudadanos, hombre y mujeres, deberíamos generar un espíritu solidario y responsable de compromiso con las acciones que nos corresponde tomar para combatir el coronavirus.
Obviamente, no se trata de acatar instrucciones como borregos. Hay que estar alertas para el buen funcionamiento de las instancias estatales responsables de controlar su expansión y peligrosidad, y hacerlo en forma crítica con el propósito de alcanzar el objetivo central, pero de ninguna manera para cosechar en río revuelto.
En este sentido, es clave para la buena respuesta ciudadana que las disposiciones que las autoridades del Estado adopten sean cumplidas por la planta burocrática y se evite que la negligencia, la improvisación o la desidia defrauden a la gente porque no se cumple lo que se ofrece.
Se trata de un momento de alerta y emergencia que desafía a concretar la cualidad de solidaridad ciudadana que tanto pregonamos cuando se presenta algún desastre natural y la expresamos a través de donaciones en momentos específicos (por ejemplo, la ayuda a los damnificados de Trojes). Ahora, no se trata solo de donaciones. Estamos obligados a subordinar los intereses personales, por más legítimos que sean, para dar prioridad a los de la comunidad. La actual situación nos exige cambiar actitudes arraigadas en nuestras rutinas. Pensemos, simplemente, en la gente que ha bloqueado el ingreso a hospitales de enfermos con corona virus o la especulación con productos necesarios para enfrentar el virus o las reacciones ante la suspensión de clases, vuelos y eventos multitudinarios o la difusión de información falsa a través de las redes sociales o de carácter sensacionalista en algunos medios tradicionales.
No sólo eso, también es un momento para inventariar nuestras capacidades humanas, de infraestructura, culturales y económicas para enfrentar otros fenómenos de las dimensiones de la difusión del coronavirus. No hay que olvidar que aparecerán nuevos problemas de similar naturaleza que se deberá combatir (por ejemplo, las consecuencias del cambio climático que afecta al planeta) y la manera en que actuemos en el caso del virus permitirá establecer con elevado grado de precisión nuestras falencias y nuestras fortalezas.
De alguna manera, el coronavirus es nomás un signo de los tiempos actuales…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.