Karl Marx dijo que la religión era el opio del pueblo; Simone Weil replicó, poco después de la revolución socialista rusa (1917), que el marxismo se había convertido en una religión; y, Raymond Aron, posteriormente, precisó que los dispositivos que convirtieron este dogma en opio de los intelectuales marxistas eran el proletariado, la lucha de clases, la revolución proletaria y el socialismo.
Los intelectuales de nuestro país que adoptaron la fe marxista, luego de constatar la inviabilidad de sus paradisiacas utopías, recurrieron al pensamiento indianista de Fausto Reinaga para llevar a cabo una exótica amalgama entre marxismo e indianismo. Esta alquimia cambió la forma, no la esencia de la religión: el indio sustituyó al proletario; la lucha de razas reemplazó la lucha de clases; la revolución india suplantó a la revolución proletaria; y, la “utopía arcaica” ocupó el lugar del socialismo. Aquí se intenta describir estos rasgos religiosos que, como el opio, impiden a nuestros marxistas pachamámicos realizar un análisis objetivo.
Idealización del indio. La idealización del indio se convierte en una especie de “opio” para los marxistas pachamámicos por las siguientes razones. Primero, estos intelectuales proyectan en el indio sus ideales de justicia, igualdad y revolución, observan en el sujeto autóctono una fuerza pura y virtuosa que puede redimir la sociedad de las injusticias de q’aras y blancoides nacionales serviles del imperialismo. Estos intelectuales a menudo simplifican la realidad del indio para ajustarla a sus teorías y deseos de un futuro revolucionario.
Segundo, los intelectuales pachamámicos advierten en el indio el motor inevitable de la historia y la revolución; así, aceptan sin cuestionar la visión del indio como salvador de la humanidad. Tercero, la idealización del indio conlleva una visión maniquea donde los indios son inherentemente buenos y los blancoides explotadores inherentemente malos; esta simplificación impide un análisis más matizado y realista de las relaciones sociales y económicas. Finalmente, la idealización del indio como fuerza redentora, motiva a estos intelectuales a involucrarse en la lucha política, dándoles una causa noble por la cual luchar.
Énfasis en la lucha de razas. Este componente discursivo se asienta sobre el predominio de la diversidad étnica y cultural del país, esto hace que las luchas raciales sean fundamentales para la reivindicación de derechos históricos y el reconocimiento cultural. Sin embargo, este dogma religioso opera como un narcótico en contra de nuestros intelectuales marxistas pachamámicos, en el siguiente sentido: por un lado, semejante discurso tiende a la polarización social, la lucha de razas exacerba la división entre grupos étnicos, indios contra q’aras, esto dificulta la construcción de una sociedad más cohesionada y fomenta el enfrentamiento en lugar del diálogo y la cooperación; por otro lado, esta lucha implica la desviación de problemas estructurales, es decir, enfocarse en las diferencias raciales a veces puede desviar la atención de problemas económicos y sociales más profundos, como la pobreza y la desigualdad, que afectan a diversas comunidades independientemente de su raza; y, finalmente, la lucha de razas se empeña en reducir las complejas dinámicas sociales y económicas a una narrativa de lucha racial que simplifica en exceso la realidad, ignorando factores como clase, género y geografía que también influyen en la experiencia de las personas.
Revolución india. La revolución india por medios violentos en Bolivia, denota una serie de adversidades perjudiciales para el país. Primero, contradicción con los principios democráticos, es decir, durante mucho tiempo, los movimientos indígenas en Bolivia criticaron la falta de representación y la exclusión política que experimentaban. Sin embargo, la idea de acceder al poder por medios violentos puede percibirse como contradictorio con los principios democráticos.
Segundo, violencia y resistencia, o sea, a menudo, los movimientos revolucionarios consiguieron la resistencia del Estado como de sectores de la población que no compartían dichas estrategias, lo cual dificultó la consecución de sus objetivos, debilitando su capacidad para generar un cambio efectivo. Tercero, impacto en la estabilidad y la gobernabilidad democrática, en otros términos, los métodos violentos para alcanzar el poder generan inestabilidad política y social en el país. Esto implica tener repercusiones negativas en términos de gobernabilidad y cohesión social.
Sin embargo, a contracorriente con los postulados de la revolución india por medios violentos, el año 2006, sin acciones violentas, sino por vía democrática y electoral, los indios llegaron a la presidencia, asumieron el poder político y gobernaron el país con más sombras que luces.
La “utopía arcaica”. Así como nunca se llegó al socialismo tal como había previsto la teoría, tampoco pudo reconstruirse la “utopía arcaica” del Tawantinsuyo. A lo sumo se intentó construir el Estado Plurinacional que, sin demasiado éxito, trato de reconocer y respetar la diversidad étnica y cultural de Bolivia.
A pesar de los esfuerzos por integrar la democracia intercultural (democracia directa y participativa, democracia representativa y democracia comunitaria), ha habido críticas sobre la eficacia de este modelo en la práctica.
El modelo económico asumido por estos intelectuales se distinguió por la nacionalización de recursos naturales, la redistribución de la riqueza, la política industrial y la soberanía alimentaria, y, la intervención estatal y planificación económica que, sin embargo, poco funcionó en el país.
Así, los intelectuales marxistas pachamámicos, desde sus púlpitos y acompañados de salmos y alabanzas, proclamaron las sagradas escrituras y anunciaron que el nuevo redentor, el indio, quien nos conduciría por el camino de la salvación hacia la “utopía arcaica”; pero, todos sabemos que esta religión autóctona nos condujo al peor de los avernos.
Eduardo Leaño es sociólogo.