Este domingo se celebra el nuevo año aymara y el gobierno de
la presidenta Janine Añez ha ratificado que se trata de un feriado nacional.
Como toda fecha simbólica me parece un acto de ociosidad tratar de calcular de qué año se trata. Lo importante es que dando al día –inicio oficial de la época de invierno– un carácter celebratorio se ayuda a establecer una pauta de encuentro en la diversidad, que es lo que el país requiere a gritos.
No hay que olvidar que para una cultura eminentemente agrícola como era la aymara, el paso de las estaciones es fundamental para la producción y, por tanto, para la alimentación y la posibilidad de vivir dignamente.
Además, las celebraciones que se realizan los días 21 de junio, especialmente en Tihuanaco, tienen larga data, y ahora trascienden lo meramente ritual para convertirse en expresiones de respeto a la naturaleza y, en la medida en que reúne a gente de diversas creencias, es un espacio de ecumenismo que también nos hace falta en todos los órdenes de nuestra vida nacional.
En este sentido, superados los traumas que nos han dejado el MAS y sus dirigentes al tratar de apropiarse de celebraciones como las del 21 de junio, lo que corresponde, si de veras queremos hacer realidad aquello de que debemos ser un país unido en la diversidad, es recuperar estos espacios de celebración. Y así como celebramos el Año Nuevo el 1 de enero, como el día de una renovación de energías para enfrentar la cotidianidad de los siguientes 365 días, podamos con el tiempo celebrar este 21 de junio como una renovación de nuestro compromiso con el respeto no sólo a la diversidad, sino a la naturaleza.
El desafío es que lo hagamos con la debida convicción y respeto, y no como una actitud “de moda” o de oportunismo político-cultural, que sólo pone obstáculos en el camino del necesario encuentro de las diversas culturas y tradiciones que hay en el país, condición esencial para construir un país democrático y justo.
El desafío crece cuando hay voces, particularmente de sectores de clases medias provincianas que se desnudan en las redes sociales, que critican que el gobierno mantenga como feriado este 21 de junio, porque asocian, mostrando peligrosos niveles de ignorancia y racismo, la fecha con el MAS y sus dirigentes. O, a la inversa, la aparición de ciertas corrientes político-culturales que quisieran borrar todo vestigio de nuestra también rica tradición occidental.
Es pues mucho lo que nos falta avanzar en la construcción de una sociedad y cultura democráticas, tarea que trasciende al propio sistema democrático, aunque éste sea su pilar fundamental y sin el cual nada se podrá encarar.
En este sentido, bien vale celebrar el nuevo año aymara esforzándonos por salir del círculo vicioso de la amargura y el pesimismo en el que nos han metido la vida política del país y el coronavirus, y hacer volar la imaginación sobre cómo quisiéramos que sea la Bolivia futura…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.