El adagio latino “de gustibus non est disputandum” nos dice que no se puede discutir el tema de gustos, que cada uno tiene el suyo. Se dice también en español “de gustos y colores no han escrito los doctores”. Voy a alejarme de estas sabias prescripciones para hacer conocer lo que pienso del mural recientemente inaugurado en la fachada del BCB.
Me ha parecido una muestra más del realismo socialista de las épocas de Stalin y muy poco acorde con la austeridad que debe expresar la fachada de un banco central. Hay que rescatar, favorablemente, que los colores del mural no son muy agresivos, pero se puede criticar que la superficie del mural esté completamente abarrotada, con una composición muy recargada.
Las figuras humanas tienen, en general, una anatomía correctamente representada. Sólo la desproporción de las manos de la figura central es chocante y la perspectiva parece la de una foto mal tomada, muy de cerca. La simbología de las manos se prestaría a muchos memes. ¿El oro se le escapa a la señora (o al BCB) como arena de la playa entre los dedos? ¿O las manos están prestas para agarrar codiciosamente nuestra plata por medio de los impuestos?
Se representa las actividades económicas como es debido en una pintura del realismo socialista soviético, pero la agricultura está casi ausente. Solo se ve un campesino anciano con una chonta, que representaría la agricultura ancestral. La ganadería aparece con una cabeza de vaca flotando por allí. ¿Qué pasó con la agroindustria del oriente? ¿O el mural expresa la tradicional posición de la COB obrerista de subestimar a los campesinos y a la agricultura?
Las feministas tampoco estarán muy contentas con el mural. La mujer que aparece a la derecha parecería que está allí porque se habían olvidado de ella y tuvieron que buscar un rincón para que quepa.
Ya se había afeado el centro de la ciudad, entre la Ayacucho y la Potosí, con el mamotreto llamado pomposamente Casa Grande del Pueblo (igual nombre tenía el palacio del dictador rumano Ceaucescu) y el mural del BCB contribuye aún más.
El actual edificio del BCB, ya antes del mural, había quedado estropeado por las vallas de seguridad que le habían puesto, más aptas para el penal de Chonchocoro, que para un banco central. Hay que reconocer ahora el acierto de haber colocado las horribles rejas detrás de las macetas. Con todo, ¿seguirá La Paz siendo la ciudad maravilla, si alguna vez lo fue?
Hay que decir que el actual edificio del BCB, de estilo brutalista, construido durante el primer gobierno del general Banzer, tampoco es una belleza. El antiguo edificio neoclásico del BCB, que ahora aloja a la vicepresidencia del estado, que es obra del gran arquitecto boliviano Emilio Villanueva, tiene más prestancia. No se discute que ese edificio había quedado chico para las múltiples funciones y funcionarios que le habían endosado a la autoridad monetaria.
Durante el tiempo que estuve en la presidencia del BCB, varias personas, entre ellas un conocido pintor, me proponían pintar un mural. Yo me opuse sistemáticamente porque con la estrechez de la calle Ayacucho no se tenía la perspectiva necesaria para juzgar y apreciarlo. No veía tampoco la necesidad de pagar por trabajos, en el estilo de los post-revolucionarios de los años 50, que no combinaban en nada con el carácter del edificio.
Además, había que incurrir en un alto costo, en un país que necesita cosas más urgentes. Dicen que se ha gastado ahora Bs 800.000 en el mural. En otros tiempos, la Contraloría nos observaba hasta la compra de rosas (a Bs 1 por unidad) para las empleadas en el Día de la Madre.
Uno de los pretextos que ha estado empleando el presidente Trump para debilitar al Banco Federal de Reserva (su banco central) es el costo de las renovaciones del edificio en su sede de Washington. Cuidado que nuestros libertarios empeñados en dinamitar los bancos centrales, siguiendo el exabrupto de su papa Javier Milei, usen el mural y su alto costo como pretexto para hacerlo.
Juan Antonio Morales es PhD en economía y fue presidente del Banco Central de Bolivia.