Los analistas que comentaron la más
reciente encuesta de Página Siete coinciden que el escenario más probable para
el próximo 18 de octubre incluirá un balotaje entre CC y MAS, en el que Carlos Mesa
lograría una clara victoria sobre Luis Arce. En primera vuelta, los contendientes
que lideran las preferencias lograrían cerca al 33% de los votos válidos; la
candidatura oficial estaría en tercer lugar con 17% y, de ahí para abajo el
resto tendría menos del 10%.
Me sorprende que varios comentaristas encuentran este posible escenario como positivo porque “nadie tendría los dos tercios que permite el control total de la Asamblea Legislativa”, y porque la pluralidad de las representaciones –que incluirían incluso a partidos minoritarios– llevaría a recuperar la práctica de los “acuerdos políticos para la gobernabilidad” en el Parlamento.
Contrariamente a esa mirada optimista, creo que la esperanza de algunos de lograr “votos de oro” para la futura alianza parlamentaria, permitiendo con ellos la mayoría legislativa, es el incentivo perverso de la mayoría de los contendientes para persistir en sus candidaturas que, en las condiciones actuales, es un peligroso “juego con fuego” en medio de un polvorín.
Si efectivamente la votación en primera vuelta diera un tercio al MAS, otro a CC y dividiera el tercero entre el resto de las candidaturas, sería suficiente para asegurar, al ala no democrática del MAS, un tercio en representación parlamentaria. Pero, en realidad, la “clase política” nos podría estar llevando a una pesadilla mucho peor.
Veamos. La mencionada encuesta expresa que, debido a la pandemia, importantes sectores urbanos no asistirían a votar por temor a los contagios. En ese sentido, la decisión de asistir a las urnas es mucho mayor para los afines al MAS (93%) que para el resto de las candidaturas (65% en promedio), de manera que, en proporción de votos válidos en primera vuelta, el MAS puede sacar una nítida ventaja sobre CC. Además, esta ventaja aumenta porque la proporción relativa de votos válidos para el MAS respecto a todas las otras candidaturas, crece. De hecho, las proyecciones de los datos de la encuesta de Página Siete, ajustados por la predisposición a asistir el día de la votación, le darían la victoria al MAS en primera vuelta: Arce lograría, por efecto del ausentismo de sectores urbanos, el 40% de los votos, frente al 29,2% de Mesa.
Queda latente por ello el peligro de que quienes no creen en la democracia se hagan otra vez del poder por la incapacidad y mezquindad de políticos incapaces de actuar guiados por el bien democrático mayor.
Para ilustrar la relevancia de los detalles, en el escenario que analiza el ausentismo esperado y por el que el MAS ganaría en primera vuelta, sólo con que el candidato con menos intención de voto (1%) abandonara la carrera y endosara sus votos a Mesa, le permitiría a éste pasar a segunda vuelta.
Pero el tema no termina ahí. Aunque el MAS no ganara en primera vuelta, el ausentismo pondría el voto para ese partido muy cerca al 40%, de manera que el gobierno que resulte de ganar en el balotaje no podría alcanzar los dos tercios ni congregando a los votos de todos los otros partidos, ya sean de oro, lata, plata, ¡o caca! ¿Quién estaría en condiciones de sacar adelante un gobierno con los radicales del MAS trabando la Asamblea y al país? Nadie, cuando menos nadie que honestamente busque mejorar la realidad de las familias bolivianas en lugar de solo usufructuar del poder.
Ningún político tiene el derecho a someternos a otros cinco años de conflicto, incertidumbre y estancamiento, que en el siglo XXI significa retroceso, tan simple como eso.
Hoy, todas las opciones “políticas” tienen como escenario más probable gobiernos débiles con oposiciones mayoritarias (aunque no necesariamente fuertes): presagia componendas y pugnas por coyunturas sin posibilidad de asumir reformas estructurales; nos condenan a seguir de observadores inertes de “ch’ampa guerras” entre políticos, que ocultan los reales problemas del país y frenan todo intento de desarrollo sostenible.
Es decir, nos farrearemos –por otros cinco años– la oportunidad de iniciar los cambios que permitan enfrentar, con algún grado de autonomía, las tareas elementales para el desarrollo humano productivo y sostenible. Persistiremos dentro del cómodo extractivismo –que les otorga a los políticos “el placer de controlar la billetera”–, pero que conlleva la maldición de perpetuar la pobreza y la exclusión.
Más de lo mismo no es una opción para nosotros, los de a pie, con respecto a nuestros hijos y nietos. Es hora de hacer la raya en la arena. Si no lo hacemos, la politiquería nos habrá vuelto, una vez más, al pasado.
Enrique Velazco Reckling es investigador
en desarrollo productivo.
@brjula.digital.bo