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Columna de columnas | 14/10/2024

“El hombre enfermo” de América

César Rojas Ríos
César Rojas Ríos

La expresión “el hombre enfermo de Europa” hace referencia a la situación que atravesó el Imperio otomano en el siglo XIX debido a su decadencia y se le atribuye al zar Nicolás I de Rusia. Luego se la aplicó al Reino Unido (1960), España (1980), Irlanda (1980), Rusia (1990), Italia (2005), Francia (2007), Grecia (2009), y el escritor Amin Maalouf la utiliza en su reciente libro El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios para referirse a China, allá por 1900, al encontrarse en un “avanzado estado de deterioro”.


Hoy podemos hablar de Bolivia como “el hombre enfermo” de América. Bolivia está enferma porque el partido que la gobierna desde hace 19 años está terrible y crónicamente enfermo. Una enfermedad que fue de menos a más: la historia del MAS es el relato de un “movimiento de movimientos” que pareció cosechar un éxito tras otros y acumular un poder extraordinario hasta que, retomado el gobierno en 2020, tras alcanzar un 55% de apoyo electoral, se orilló hacia una decadencia escabrosa.


Ronald MacLean-Abaroa (RMA) en su columna “A blessing in disguise” (Brújula Digital, 8/10/2024), aclara que el anglicismo se podría traducir como “No hay mal que por bien no venga”, pero sería más correcto hablar de “una bendición disfrazada”. ¿Cuál? Evo Morales es un desaforado por el poder que habría encontrado en Luis Arce la palanca que está frenando su regreso al poder y que “está a punto de lograrlo”. Y concluye con un dejo de ironía: “dejémoslo concluir la tarea”. O sea, Arce vendría a ser nuestra “bendición disfrazada” porque está rescatando la democracia al desplazar al caudillo.


Disiento de esta lectura del malo y el bueno.


En mi análisis, Morales es el maestro y Arce viene a ser el alumno aventajado… en atrevimiento, frialdad y radicalidad. Añez, Camacho y ahora Morales lo atestiguan con pasmosa parsimonia. Uno y otro en su afán desaforado de poder, centrados ambos en el radio de acción de sus ombligos, están anegando en una decadencia inimaginable a su partido: pasaron de edificar grandes mitos a revelar grandes monstruos, y en esto están mostrando la mayor maestría. La obra que montaron está resultando ser una agonía jadeante.


Lo amargo para todos los bolivianos es que nos introdujeron en un tiempo castigado: nos circundan y atacan por todos los costados, como los cuervos de Hitchcock, crisis sombrías que hicieron de Bolivia su ciudad portuaria y herida. Escuchamos los graznidos, los picotazos y el terror de una noche demasiado larga. En el fondo la Casa Grande del Pueblo relumbra como el sol de los moribundos.



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