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Vuelta | 26/12/2021

El hombre del clima

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Cuando la certeza no abunda los pronósticos sirven de muy poco. Es como con el clima: mayormente soleado con chubascos aislados no significa mucho, salvo que si uno sale a la calle de manga corta y sin paraguas regresará a casa muerto de frío y empapado.

Bolivia se ha convertido en un país de pronostico difícil o, en última instancia, sin elementos que permitan pronosticar algo con cierto nivel de certidumbre o confianza.

Vivimos en permanente sensación térmica. El termómetro político marca posibilidad de diálogo, pero en la calle abundan las patadas. Los cielos despejados son cosa del pasado, aunque haya algunos optimistas que insisten en que habrá un viento de paz y se llevará todas las nubes.

Desde hace tiempo que estamos al borde de la tempestad, unas veces más cerca del límite que otras, pero sin razones para pensar que llegará un momento en que, por fin, estemos a salvo de los ciclones políticos que suelen levantar por los aires los techos de una convivencia más o menos civilizada.

A veces, cuando hace calor, un soplo de frío nos toma por sorpresa. En el país de los fantasmas que deambulan por las oficinas públicas ya no hay lugar para el asombro, porque todo puede suceder. Y hasta es posible que haya quienes se acostumbren a vivir con colegas que marcan tarjeta en la penumbra y cobran en la sombra.

Si el hombre del clima dice que lo peor de la crisis económica ya pasó, hay que tomarlo con pinzas. Los números no siempre dicen la verdad y menos cuando se contrastan con algunas realidades que los desmienten. No es un tema de estabilidad. Se trata de producir, crecer, diversificar, exportar, distribuir y prosperar, algo de lo que todavía estamos bastante lejos.

Y es que la situación económica también es una mera sensación térmica.  Importan más las sensaciones que las evidencias y nada mejor para crear sensaciones que una buena campaña publicitaria gubernamental. Inundar las ciudades con gigantescas vallas donde se lee “crecimiento 9.4%” al lado de la imagen de un presidente que sonríe triunfador, aunque la cifra no diga realmente nada o disfrace la verdad.

Y lo mismo con las viviendas, con el COVID y otros temas que rellenan artificialmente los vacíos de una gestión que no termina de arrancar. El culto a la personalidad multiplica el rostro de un supuesto éxito hasta la náusea. Es la película pública de la que todos deben participar.

Casi una premier todos los días, el Hombre araña, Matrix, el vengador, el presidente, todos juntos construyendo una cotidianidad donde el límite entre lo real y la ficción es francamente difuso.

Lo que puede pasar el 2022 no tiene que ver estrictamente con los hechos y acciones que desencadenen procesos que conduzcan hacia algún objetivo. Hoy se habla de legalizar el uso medicinal de alguna droga, mientras en otro lado se demanda la libertad de una expresidenta, más allá se realiza el penoso recuento de las muertes acumuladas por feminicidios y del otro lado de la ventana se gesta la detención de otro adversario.

Es el desorden: el mosaico de temas variados que llevan la atención de un lugar a otro. Inútil aventurar el pronóstico sin el riesgo de que nos sorprenda el chubasco.

¿Cuándo quedó en suspenso la historia? ¿En qué momento se detuvo todo? ¿Desde cuándo somos parte de una ocurrencia ideológica que acomoda los hechos y los personajes a su antojo, de una simulación que poco a poco nos atrapa hasta convertirnos en sujetos pasivos de una trama?

¿De qué certidumbre puede hablarse cuando hasta la temperatura es un invento funcional al interés y expectativas del hombre del clima? Novela más que historia, la realidad es consecuencia de una escritura ajena a la evidencia de los hechos.

El boliviano parece no vivir dentro del tiempo,  sino deambular en un escenario virtual en el que se le asignó un papel que debe desempeñar sin saber por qué y para qué está ahí. Y encima debe creer que decide, cuando las decisiones las toman otros.

La visión totalitaria que va gestándose lentamente necesita de la pausa. Es un paréntesis que puede prolongarse indefinidamente para mantener todo a salvo de la corrosión histórica del tiempo. La robotización del ciudadano, la anulación de sus derechos es la condición indispensable para que el modelo sobreviva.

El hombre del clima es la autoridad máxima. Es el creador de la sensación, no de la temperatura real. Lo que ocurra o deje de ocurrir debe depender de él. Bajo esa lógica la disidencia es altamente peligrosa y subversiva. Nadie debería apartarse del rol que le fue asignado, sino es a riesgo de ser perseguido.

La creación de una “racionalidad” que explica y nutre de sentido las cosas es una obra ajena a la historia. Si la realidad es solo mera referencia para darle cierta verosimilitud a la ficción, lo que queda es solo un simulacro y sobre esa base gelatinosa no se puede sostener la idea de futuro necesaria para generar un mínimo de planificación.

En medio de la tempestad o debajo de ella, el hombre del clima  reparte relámpagos, descubre el hielo o desnuda los veranos. Es el autor definitivo e infalible, el líder, la imagen, el portador del mensaje, el rostro que nos mira desde los letreros luminosos, el dueño de la verdad y el juez.

Por eso es complejo hacer previsiones sobre el año o los años que vendrán. Y es que solo algunos comparten el guion secreto, los instrumentos que miden los vientos, la brújula que indica el camino, el termómetro que revela si hará calor o frío, el espejo que proyecta un sol de artificio en los días de lluvia. 

Hernán Terrazas es periodista y analista 



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