La cosa va en serio. Los problemas entre el presidente Luis Arce y Evo Morales ya tocaron a la familia y otros asuntos sensibles, por lo que la posibilidad de una reconciliación en el mediano plazo se hace más bien remota. Una relación con cicatrices abiertas termina por ser insostenible y solo da lugar a una acumulación de susceptibilidades personales y políticas.
Lo que subyace en el fondo es la dificultad que tiene Evo Morales para asumir que ya no tiene voz en la gestión de gobierno. La tuvo durante catorce años y creyó seguramente que los caudillos como él dan las órdenes incluso más allá de sus mandatos.
La personalidad autoritaria y soberbia del ex mandatario, que se reflejó en múltiples oportunidades, no le permite reconocer que su tiempo ya pasó y que ya nadie está en la obligación de amarrarle los cordones de los zapatos, ni de aguantarle los golpes bajos.
Son dos personalidades que contrastan, definitivamente. Arce es un líder más sereno, que al menos en la interna no busca la confrontación con su antecesor. Se dice, aunque pruebas no hay, que ante la insinuación de que un familiar suyo estaba detrás de hechos irregulares en YPFB, la reacción del jefe de Estado fue un firme “con mi familia no te metas”, pero además de eso se manejó con bastante prudencia cuando tuvo que administrar todos los líos que desató Morales por diferentes temas de la administración.
Ahora que el fuego cruzado llegó a niveles más críticos que antes, ya no será fácil que unos y otros digan que el problema son los entornos – el anterior gabinete “canceroso” o los actuales colaboradores “derechosos” - , porque en la raíz de todo está la verborrea de Morales, que no solo denota claramente celos de poder, sino interés por temas específicos, como la lucha contra el narcotráfico o el manejo de los contratos para la construcción de carreteras, en los que aparentemente no hay acuerdos sobre ciertos repartos.
Morales seguramente también tiene la sensación de que el tiempo de los caudillos regionales ya pasó. La estrategia del Grupo de Puebla es colocar sobre el tablero político fichas nuevas que generen menor resistencia y que muestren un perfil hasta cierto punto más democrático.
Si hasta hace algunos años la referencia de liderazgo eran los Castro, los Chávez y de “yapa” Morales, parece haber llegado el tiempo de imágenes menos resistidas, como la de Boric, Petro e incluso la de Lula, cuyo paso por el gobierno de Brasil no se caracterizó precisamente por el autoritarismo, el abuso o la restricción de algunas libertades.
En tiempo de la renovación de la “izquierda”, Evo Morales sale sobrando y su objetivo de volver a la presidencia en 2025, como el candidato del bicentenario, ya no cuenta con aliados internos – salvo sus ex ministros y un extremo del instrumento político – y tampoco con acompañamiento externo, porque desde el Grupo de Puebla ya no se ve con buenos ojos el viejo estilo. A fin de cuentas, lo que interesa es la viabilidad del proyecto político y no la de las personas, menos la de aquellos que ya estuvieron largos años en el ejercicio del poder.
Pero Morales es el alumno díscolo y todavía cree en que en la política hay personalidades imprescindibles. De ahí su interés en mantener un férreo control del partido y de reflotar a las figuras más polémicas de su gabinete para oponerlas a las del equipo político del presidente Arce, como si producto de ese debate quedará demostrado que todo tiempo pasado fue “más radical y revolucionario”.
La decisión de las seis federaciones cocaleras del trópico de Cochabamba de pedir a los ministros de Justicia y de Gobierno que den “un paso al costado” forma parte de este plan “personal”, bajo el argumento de que esas autoridades no forman parte del “proceso de cambio”, un sello que tuvo vigencia en la gestión de Morales, pero que no ha sido retomado por la de Arce, entre otras cosas porque se trata de un eslogan desgastado y simbólico del abuso y el desconocimiento de los resultados del referéndum de febrero de 2016, entre otros escándalos.
Considerando los antecedentes inmediatos será muy difícil que el presidente acepte el alejamiento de sus ministros Castillo y Lima, tal vez los únicos que, junto a la ministra de la Presidencia, conforman un equipo político capaz de hacer frente con algo de éxito a la arremetida del ala “evista” del partido.
Si Morales se sale con su gusto y sus presiones para la recomposición del gabinete prosperan, será el último día real del gobierno de Luis Arce, aunque formalmente le queden poco menos de cuatro años por delante. Lo que está claro es que, desde el Chapare, se gesta un golpe contra el presidente.
Hernán Terrazas es periodista y analista