Cuando la noche del 24 de noviembre los diputados de la Comisión de Constitución de la Cámara Baja empezaron a revisar el proyecto de Ley que fijaba la fecha de las elecciones para el 2025, la distribución de los recursos de coparticipación, y la redistribución de escaños y circunscripciones electorales emergente del nuevo mapa demográfico producto de los resultados censales, un profundo temor invadió la representación masista. Entre inútiles y graciosos argumentos quedó claro que no tenían salida. Debían votar a favor de la Ley y sus dos prescripciones o enfrentar la furia de la ciudadanía que en Santa Cruz tenía ya cerca de un mes de paro con más de 1000 millones de pérdida.
En la hermenéutica impuesta por Evo Morales y el MAS, la representación campesina es superior a la urbana, resulta que las minorías rurales están mejor representadas en el Poder Político que las mayorías urbanas, que a la sazón constituyen más del 70% de la población nacional frente a un 26% que se reconoce como indígena según el INE. Los resultados derivarán (después del censo) en la recomposición de las cámaras, es decir, los campesinos-indígenas-originarios dejarán de ser mayoría parlamentaria, el MAS no tendrá mayoría y menos aún dos tercios y el país estará representado en sus proporciones correctas.
El pánico se apoderó de la fracción evista porque una situación de esa naturaleza dejó claro que el Estado Plurinacional, concebido como una sociedad mayoritariamente indígena, era una construcción ficticia que el MAS instaló mediáticamente e ideológicamente para imponer un régimen basado en preceptos y concepciones de raza. Como las mentiras tienen patas cortas, a la hora de votar la Ley llegó el momento de afrontar la realidad: el Estado Plurinacional que imaginaban bajo la hegemonía indígena-originario-campesina no pasó de ser un experimento fallido, en las calles y en el propio Congreso estaban ciudadanos citadinos clase media, mestizos, empresarios, emprendedores, la burguesía aimara, las clase media y lumpen, y como sucede en todo el planeta, todos querían un capitalismo popular más justo, más equitativo y menos racista.
En ese dramático momento que requirió varios “cuartos intermedios” e intensas negociaciones intra-MAS, en realidad lo que se discutía es si eran capaces de asumir la realidad de un país multicultural en el concertó de la modernidad, bajo el prisma del capitalismo y el protagonismo del ciudadano común situado más allá de las clases sociales, de las etnias y de las razas, y la emergencia del ciudadano como el nuevo interlocutor frente al Estado, en otras palabras, lo que estaba en mesa era el reconocimiento del fracaso del experimento plurinacional y el fin de una quimera a la que le dieron el nombre de Estado Plurinacional.