Como manda la tradición, muchas veces me han dado ganas de
ser Presidente del Estado. Pero, cuando me pongo en los zapatos de nuestro
primer mandatario, Luis Arce Catacora, y del presidente argentino, Alberto
Fernández, ese deseo desaparece automáticamente.
¿Se imaginan lo que será trabajar en el día a día teniendo los ojos de Evo Morales y Cristina Fernández de Kirchner encima de uno? Aunque hay dos diferencias importantes que pueden tener consecuencias en el futuro. La primera, que Alberto Fernández es mandatario de Argentina porque así lo quiso Cristina; en cambio, Arce Catacora lo es pese a Evo Morales. La segunda, que Cristina es vicepresidenta de Argentina, en cambio Morales no está en la estructura de la administración estatal. En lo demás, los tutores de Arce y Fernández son muy parecidos. Veamos:
Ambos se creen algo así como los nuevos propietarios de Bolivia y Argentina y que sus países les deben el oro y el moro. Se sienten imprescindibles, siempre tienen la razón y están por encima de la Constitución y las leyes. Ellos se sienten ungidos y, como tales, con capacidad para disponer a su libre albedrío de sus países y nada importa que ayer hayan dicho algo, hoy hagan lo contrario y mañana se desdigan de lo que ahora dicen. Llegan a tales niveles de autocomplacencia que no entienden porqué el pueblo no se subordina a sus decisiones, por lo que buscan afanosamente enemigos a combatir.
Los dos se apropiaron de espacios y discursos que en su pasado no resaltaban. El tema de los derechos humanos en el caso de Cristina, el movimiento y el discurso indígenas en el caso de Morales. Para los dos los adversarios políticos son enemigos despreciables a los que hay que eliminar. Probablemente por eso son profundamente antipáticos y malcriados.
Ambos gozan también con el culto a la personalidad. Cuando Cristina ocupaba la Casa Rosada en Argentina, no saludaba al personal asignado, que estaba prohibido de mantenerle la mirada. Morales cree que tiene el privilegio de que le amarren los guatos o de dar un rodillazo en los huevos a un jugador de fútbol del equipo contrario. Y ni qué decir del uso de los bienes del Estado a su arbitrio, pues creen que están a su servicio. Basta, como ejemplo, recordar que Cristina se hacía llevar diariamente los periódicos desde Buenos Aires hasta su propiedad en El Calafate, en la Patagonia argentina (a 2.750 kilómetros de la capital argentina) cuando iba a descansar y cómo Evo se acostumbró a viajar sólo en helicóptero y avión…
Hasta en su relación con la justicia muestran semejanzas. Ambos saben que ésta los tiene en la mira. Cristina, por existir indicios por demás contundentes que la involucran en un esquema de corrupción inimaginable; Morales, porque tiene duras acusaciones de estupro, fraude electoral y hay probabilidades de que también sea acusado de corrupción. De ahí que en Argentina, como en Bolivia, Cristina y Evo también creen que tienen el derecho de intervenir para quedar impunes y vengarse.
Y ¿qué de sus delfines? En Argentina la situación es patética, más aún cuando el presidente Fernández intenta mostrar algún atisbo de independencia. Entonces, Cristina le cae con todo y la administración estatal se somete a sus designios. Obviamente, no todo está dicho y si bien ese presidente tiene que lidiar durante otros tres años más en una cada vez mayor orfandad política gente de su entorno trata de promover un proyecto propio que le permita independizarse de Cristina, de su hijo y de las agrupaciones que viven de la prebenda que ella les da.
En Bolivia aún está abierto el espacio para que Arce sea el verdadero Presidente, pese a las zancadillas que ya le están poniendo Morales y sus muchachos. Dependerá, creo yo, de la relación que entable con su Vicepresidente para poder organizar una administración que realmente conduzca al país hacia el futuro y no lo retrotraiga a los 60 del siglo pasado.
A su favor, tiene la ventaja de que la ciudadanía se ha expresado con bastante claridad en las elecciones de octubre sobre su adhesión al sistema democrático, su rechazo al caudillismo y su interés en avanzar hacia un país moderno, situación que coloca a Arce ante el dilema de convertirse en un estadista o, como Fernández en Argentina, ser el recadero.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.