Cada país tiene un deporte nacional: la India, el cricket, Nueva Zelanda, el rugby, el Salvador, las pandillas (lo tuvo y lo superó), Brasil, el fútbol y Bolivia, los bloqueos.
El deporte de los bloqueos consiste en impedir el paso por una carretera a vehículos de todo tamaño, permitiendo únicamente el paso de peatones con sus pertenencias.
El bloqueo tiene características muy peculiares, que paso a detallar.
No es un deporte individualista, sino de masas. Moviliza a cientos y a veces miles de jugadores que se desplazan, comen, dejan de trabajar a cuenta de algún mecenas que cubre esos gastos o de patrocinadores que aportan, libremente obligados, a la sostenibilidad del deporte. Incluso han circulado en las redes sociales tarifas/aportes según el medio de transporte al que se le permite violar las reglas del bloqueo. De hecho, aunque sea un deporte de masas, es un deporte caro, como los viajes al espacio de Elon Musk, que no pueden extenderse mucho en el tiempo.
El bloqueo es un deporte democrático: nadie está discriminado ni excluido de participar; al contrario, todo nuevo adepto es bienvenido y animado a posicionarse en las primeras filas del bloqueo, mientras los organizadores suelen ponerse humildemente en la retaguardia.
Es un deporte que puede jugarse en cualquier rincón de la geografía nacional, aunque se privilegian las carreteras nacionales y departamentales, los cruces, los puentes y viaductos y lugares donde hay cerros, abundancia de piedras macizas, árboles para talar y coca para la industria química.
El bloqueo es un deporte sedentario: después de un comienzo intenso y entusiasta, los deportistas se dedican a custodiar los “puntos de bloqueos”, sentados, comiendo y bebiendo, incluso alcohol. Sin embargo, ese sedentarismo se acaba cuando aparece el equipo contrario, bien pertrechado y uniformado. Es la policía que intenta, la más de las veces inútilmente, intervenir el bloqueo. Entonces el juego entra en su fase dinámica, con lanzamiento de gases lacrimógenos de un lado y gritos, insultos, piedras, talado de árboles y quema de llantas del otro. Si bien no puede definirse un deporte ecológico, cumple, sin embargo, la máxima olímpica de Pierre de Coubertin: “lo importante no es ganar, es participar”.
De hecho, otra característica de ese deporte nacional es que nadie gana y todos pierden, los que juegan y los espectadores impotentes ante esa forma de “derecho a la protesta” que viola los derechos de todo un país. En efecto, es auto gratificante para los atletas de este deporte el hacer daño al prójimo, especialmente a los más pobres e indefensos ante tales coyunturas, e incluso a los compañeros que se niegan a jugar.
Las motivaciones de los jugadores, variadas y ocurrentes, van desde reclamos sencillos a exigencias cósmicas.
Se bloquea siempre para “protestar”. Abogados, célebres por haber ganado mucho, perdiendo todos los juicios internacionales contra el Estado, han posicionado la idea que el bloqueo es una forma legítima de protesta. Curiosa teoría, según la cual los derechos de la mayoría están supeditados a los caprichos y abusos de minorías eficaces. No por nada un país vecino ha prohibido ese deporte criminal (es, básicamente, una forma de extorsión) jugado por envalentonados “piqueteros”.
Bajo la batuta de un “gran capitán”, los trofeos codiciados van desde la construcción de una carretera, que luego será puntualmente dañada y bloqueada, la reparación de una escuela o la habilitación de un candidato fraudulento, hasta la exigencia de que se dejen impunes delitos contra la niñez, la mujer y la moral. Aunque no faltan laureles más nobles, como la aparición milagrosa de dólares y combustibles o la renuncia del presidente del Estado.