Si no fuera por la ideología o el peso
de la dirigencia sindical y social, hasta el MAS debería clamar por inversión extranjera.
En buena parte, el país vive de la efectuada hace lustros en los rubros
tradicionales (hidrocarburos, minería, agro).
La inversión hidrocaburífera y minera ha dejado un buen trozo de renta, pero al costo de no crear nuevas fuentes de riqueza. La prueba es que no hay proyectos de magnitud. Y, entre los que carga este Estado, el litio lleva siquiera una década en nada, mientras Huanuni se llena de jucus (vean en Google).
Los pozos se secan y, si bien pequeñas minas proliferan, lo hacen bajo el disfraz cooperativo. Esos intereses privados (como los de la dirigencia que trafica tierras, postula magistrados o cabildea por contratos estatales) hallaron un modo eficaz de servirse de la corriente política dominante.
Por esa realidad económica, se suele hacer barra para realinear al país con Occidente, remplazando los vínculos con el ALBA (nulos en intercambio comercial y ricos en arengas) o los que mantiene con Rusia y China. Pero tal parece que fuera de la liga antioccidental en la que vivimos, también reina el insolidario frío.
Aunque Bolivia tiene otro perfil productivo, Uruguay es un índice de las opciones reales en el orbe, no de las que imperan en los corazoncitos liberales, comunitarios o socialistas. Hace poco, Luis Alberto Lacalle Pou, presidente uruguayo, visitó el Reino Unido. Lacalle difícilmente será retratado como un bolivariano; sin embargo, en Londres no fue solo objeto de cortesías. Lacalle sufrió también la acidez de la prensa londinense.
Un tercio de las exportaciones uruguayas van a la China, principal socio comercial de Montevideo. Para cierto periodismo británico, Lacalle ha profundizado la dependencia de Uruguay con China. De hecho, Montevideo negocia un Tratado de Libre Comercio con Beijing, pese a que el Mercosur le impide suscribir acuerdos bilaterales.
Uruguay le vende a quien puede, se defendía bien Lacalle en la BBC. Y eso que últimamente él ha lindado en la implicación política con China: Uruguay sostuvo recién que la Iniciativa de Seguridad Global de China “coincide con la posición tradicional de Uruguay en política exterior…”. Luego, la cancillería uruguaya, para disipar el ruido, aclaró estos días que aún no evalúa la adhesión a esa iniciativa de la “gran potencia” que es China.
En un pragmático como Lacalle es perfectamente aceptable que no le importe el color del gato, sino que cace ratones, siguiendo el tópico de Deng Xiaoping. Sería vano censurar a Lacalle Pou por aumentar lazos con países de otro corte ideológico. El punto es lo que revelan las palabras y acciones del uruguayo respecto de la situación del globo y de las prioridades de Occidente, ancladas en Ucrania y en el sureste asiático.
Con menos soberanía y talento para la réplica que Hugo Chávez frente al mismo Stephen Sackur de la BBC, hay que decirlo, Lacalle atinó no obstante a exponer sus razones: Uruguay quisiera no poner todos sus huevos en la canasta china, pero Estados Unidos, por ejemplo, se muestra desinteresado en las relaciones comerciales. “Pongo los huevos (comerciales) donde puedo”, arguyó Lacalle.
Mientras, el entrevistador lo encaraba por pasar por alto las violaciones chinas de los derechos humanos. Quizás por su correcto, pero finito inglés, o por una inconsciente reverencia, Lacalle no alegó que la OTAN tolera a Turquía y que Occidente se lleva bien con Arabia Saudita, sin tanta angustia por sus lagunas democráticas y su inmisericordia con los disidentes.
Bolivia contrae su potencial global al confinarse en la geopolítica cubana, en la cual no se alistan por ejemplo Boric o Fernández. El gobierno boliviano rentaría, así fuera, de un papel más intermedio entre sus amigos del ALBA y el resto de la comunidad internacional. Pero que Lacalle Pou, no Maduro, sea quien se acerque a Beijing más que a Washington, devela cuán gélido está el mundo. Y así habrá que verlo para no caer en el autoengaño, capaz de afectar a cualquier color de gato.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado y escritor