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Vuelta | 21/02/2023

El ciclo de la gente

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

El 21 de febrero de 2016 significa muchas cosas para los bolivianos. Significa un ejemplo de rebelión democrática en las urnas para decir NO a la reelección, la cuarta, del personaje que más daño le ha hecho – y le sigue haciendo – al ordenamiento constitucional desde el ya lejano 1982: Evo Morales. Otros mandatarios, como Hernán Siles Zuazo e incluso el propio Gonzalo Sánchez de Lozada, optaron por acortar sus mandatos o renunciar con tal de no llevar las cosas a extremos de descalabro.

Pero el 21 F representa también el punto de partida del ciclo de la gente, del ciclo de una ciudadanía que decidió representarse a sí misma, sin mediaciones partidarias, ni liderazgos visibles, y ejercer su derecho a transformar el No, paradoja de los sentidos, en la reafirmación de su fe democrática, de su adhesión reiterada a los principios y valores de convivencia amenazados entonces por el autoritarismo.

El 21F dejó ver, además, que la presidencia de Evo Morales fue una suerte de itinerario de quiebre democrático, que alcanzó su momento más deplorable precisamente en el desconocimiento de los resultados de una consulta que le fue adversa. Fue el choque de dos maneras de entender la democracia: la de quienes piensan que la Constitución y las leyes están por encima de las personas, y la de aquellos que la entienden – si esa es una manera de entenderla – como el sometimiento a los caprichos y “apetitos” políticos de un caudillo insaciable.

El 21F de 2016, Evo Morales dejó de ser presidente de todos los bolivianos, porque renunció a su investidura democrática para comenzar a transitar, ya sin eufemismos, por el camino de la intolerancia y el desprecio a la opinión de la mayoría. Es propio de los autoritarios el proclamar victorias incluso cuando han sido derrotados.

Antesala de los hechos de octubre y noviembre de 2019, el 21F fue el principio del fin de Evo Morales y el de la decadencia del partido que lo encumbró en el poder, el MAS, movimiento de movimientos que experimenta hoy la resaca de largos años de poder y exhibe públicamente los síntomas de lo que parece una irreversible descomposición.

Morales es el responsable de la destrucción del proyecto político que lo hizo presidente, independientemente de que su partido hubiera reproducido el poder por la vía de las urnas el 2020. Y lo es, porque no concibe una forma de administrar el gobierno que lo excluya, porque si “no le hacen caso” es capaz de cualquier cosa, incluso de “incendiar” la organización de la que fue parte y de someter a un sabotaje sistemático al presidente que recibió una suerte de delegación administrativa, pero claramente no el poder.

Morales se desliza sobre una ola mediática que en otros tiempos le sirvió para consolidar su liderazgo, pero que ahora es la vitrina a través de la cual se puede ver al rey – como en el cuento – ya desnudo y a sus vasallos envueltos en una lucha por no perder sus privilegios.

El presidente Arce pudo haber marcado distancias en forma y fondo, pero no lo hizo y cayó en la trampa. Las pruebas de lealtad le costaron mucho y a cambio no recibió nada. Mantuvo el discurso del golpe, incluso a riesgo de socavar el piso de legitimidad de su mandato, y encarceló a los supuestos protagonistas – Jeanine Añez y Luis Fernando Camacho, entre otros – para “ofrecerlos” al “jefazo” en señal obediencia y compromiso. No logró nada, salvo dejar al descubierto más afinidades que diferencias con su progenitor político y poner en evidencia que es heredero de sus “mañas” autoritarias.

Morales disfrutó de los tiempos de bonanza y se llenó la boca con los éxitos de un milagro que hoy desaparece entre las aguas de un mar de gas también ilusorio. Luis Arce ya no es el ministro-capitán del despegue económico, sino muy probablemente el presidente del naufragio.

Por eso, el 21F mantiene su vigencia en cuanto símbolo de libertad y democracia, pero sobre todo como el punto de partida, no del todo preciso, de un nuevo proyecto que debería nutrirse con antiguas y nuevas demandas, ya no sometido a la interesada disyuntiva de los opuestos, sino a la de una convergencia de expectativas que diluyen la tensión ideológica. Es el ciclo de la gente, del movimiento que se gestó victorioso en las urnas en febrero de 2016 y que maduró en las calles a fines de 2019.  

Hernán Terrazas es periodista y analista 



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