Bertolt Brecht, uno de los escritores alemanes más influyentes del siglo XX, afirmaba: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla ni participa en los acontecimientos políticos. No sabe, el imbécil, que, de su ignorancia política nace el peor de todos los bandidos, que es el político astuto, granuja, corrupto y servil”. Su poema “El analfabeto político”, escrito en el contexto de la Alemania de la década de 1930, sigue siendo profundamente relevante en la actualidad.
Brecht retrata al analfabeto político como un pez que nada en su propia pecera, completamente ajeno a la vasta red de corrientes que lo rodean. Este pez no solo ignora cómo las mareas de la política impactan su hábitat cotidiano, sino que también mira con desdén a aquellos que se atrevan a surfear esas olas turbulentas. En Bolivia, las características del “analfabeto político” que Brecht describe con tanta precisión se han convertido en un fenómeno cotidiano. A continuación, se describe los rasgos del analfabeto político en nuestro país.
Indiferencia hacia la política. El analfabeto político, en su majestuosa indiferencia, contempla la política como quien observa un desfile de sombras sin rostro ni importancia. En Bolivia, hay quienes encuentran fascinante la apatía, tal vez porque la política ha demostrado ser una danza perpetua de promesas incumplidas y actores corruptos que se repiten con la gracia de una mala obra teatral. Así, entre el escepticismo y el desgano, algunos prefieren no involucrarse, dejando que los “mediocres seriales”, como los bautiza con amarga precisión César Rojas Ríos en su libro “Malpaís”, continúen ocupando cómodamente sus tronos. Las elecciones, esos rituales en los que se podría exigir cambios, se transforman en meras formalidades vacías cuando buena parte del público abandona el escenario, entregando con una reverencia tácita el control de su destino a los mismos villanos que juran salvarlos.
Un orgulloso analfabeto político (primo lejano) decía: “No voto, pero tampoco me quejo. Así, todo sigue igual de mal, pero yo, al menos, me ahorro el drama.” Sin duda, admirable filosofía de vida. No votar y no quejarse es la cumbre de la sabiduría contemporánea. Qué sentido tiene preocuparse por el rumbo de la sociedad cuando podemos sentarnos cómodamente a observar cómo el caos se desenvuelve solo. Y lo mejor de todo es que, cuando todo sigue “igual de mal”, al menos se puede disfrutar del mérito de no haber contribuido en absoluto. Un verdadero logro en la era del desinterés.
Desconocimiento de la relación entre política y vida cotidiana. Hay quienes creen que la política es una nube lejana, sin darse cuenta de que está llovien do sobre su techo agrietado. Otro aspecto que Brecht menciona es el desconocimiento de cómo las decisiones políticas influyen en todos los aspectos de la vida cotidiana. En Bolivia, esto es evidente en situaciones como el acceso a servicios de salud, la educación y la infraestructura. Por ejemplo, las políticas de asignación de recursos impactan directamente en la calidad de las escuelas públicas, la disponibilidad de medicamentos en los hospitales y el mantenimiento de carreteras y servicios básicos. Cuando los ciudadanos no entienden esta relación, es más fácil que los gobernantes actúen sin rendir cuentas o que implementen políticas que no respondan a las necesidades reales de la población.
Otra analfabeta política (sobrina cercana) proclamaba que: “La política no es lo mío, yo prefiero concentrar me en cosas más importantes... salvo cuando el sueldo no alcanza y todo está más caro y el dólar sube”. Es encantador concentrarse en “cosas más importantes”, como la última serie de moda, mientras el sueldo se escurre entre los dedos como agua. Pero, cuan do el dólar sube y los precios de la canasta familiar también, ahí es cuando la vida cotidiana interrumpe el hermoso sueño de la indiferencia.
Desprecio por la política y la falta de crítica al sistema. Brecht argumenta que el desprecio por la política de parte de los analfabetos políticos, se traduce en una desconexión entre los ciudadanos y las decisiones de los gobernantes, lo que permite que los políticos actúen sin rendir cuentas. Además, la falta de crítica facilita la perpetuación de un sistema que a menudo ignora las necesidades y las demandas de la población, resultando en políticas ineficaces y en el mantenimiento de estructuras de poder que no benefician al pueblo. En el contexto boliviano, este fenómeno se ve acentuado por la desconfianza hacia los partidos tradicionales, la corrupción y la falta de participación ciudadana, lo que genera un ciclo de apoliticismo que impide el cambio social y político.
Finalmente, un tercer analfabeto político (tío fallecido) señalaba que: “La política es como un mal programa de televisión: aburrido y lleno de dramas. Prefiero ver mi serie favorita que perder tiempo en eso.” La preferencia por ver una “serie favorita” indica una tendencia a evadir la realidad política en favor de un entretenimiento más atractivo y satisfactorio. Esta actitud re f leja una desconexión entre el individuo y el ámbito político, donde el espectador elige desentenderse de los problemas que lo rodean, lo que puede contribuir a la perpetuación de un ciclo de apatía y falta de participación ciudadana en la toma de decisiones públicas.
De este modo, la indiferencia y el desconocimiento político actúan como sombras amenazadoras que oscurecen la estabilidad de la democracia en Bolivia. La carencia de educación cívica y política es como un lastre que impide a los ciudadanos navegar en las aguas de una ciudadanía plena. El analfabetismo po lítico se convierte en un terreno fértil para cultivar la apatía generalizada, que, a su vez, abre la puerta a la llegada de líderes autoritarios o populistas, quienes se alimentan de la desinformación y la falta de participación, convirtiendo el espacio público en un escenario donde las voces de los ciudadanos se ahogan en el murmullo del desinterés. Es tiempo de que los ciudadanos íntegros, quienes constituimos la mayoría, inundemos el escenario político y avasallemos a los mediocres que lo ocupan.
Eduardo Leaño Román es sociólogo.