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Cartuchos de Harina | 12/03/2022

El alma de Putin y también la de otros

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

Luego de su primera reunión con Putin, el expresidente George W. Bush dijo que al ver los ojos del ruso pudo ver su alma. Después, en una entrevista ya de expresidente, Bush contó que esa afirmación surgió de que, para conocer a la persona detrás del entonces novel gobernante ruso, él indujo a Vladimir a discurrir en la charla acerca de un objeto religioso que le legó su madre.

En esa zaga, al reaccionar a la azucarada frase de Bush sobre el alma de Putin, John McCain alegó en cambio que él en los ojos del ruso no vio su alma, sino tres letras: “K-G-B”. McCain era un francote de una dinastía militar, exprisionero de guerra y rebelde republicano, después rival de Obama. Persistente en su indocilidad, McCain luego le encargó anteladamente uno de los discursos de su funeral al mismo Obama, prohibiendo la asistencia del presidente Trump.

Como si el juicio del alma del premier ruso fuera la misión de políticos estadounidenses episcopalianos o católicos, Biden también añadió su aporte nada salvífico. De vicepresidente, Biden dejó saber que una vez le enrostró a Putin que no tenía alma. Putin le habría replicado, según Biden: “tal parece que nos vamos entendiendo”.

Como muestra de lo que la izquierda llama hegemonía mediática, no sabemos en cambio cómo Putin evalúa la vida interior de sus pares occidentales. Solo vi que, cuestionado acerca de ese supuesto diálogo con Biden, Vladimir repuso con mesura que no recordaba que allí se hubiera deslizado un comentario inapropiado (como ese). Y no sé si ese recato y su ironía implícita se explican por la filiación ortodoxa de Putin o si es porque Bush, McCain o Biden tuvieron razón.

Interesa aquí no solo el alma de Putin, sino cómo conducen las suyas en esta guerra los líderes de Occidente, Oriente y los nuestros. La población trágicamente bombardeada, la gallardía del presidente ucraniano y el talante tártaro del invasor, poco dado a los primores, sirven de cortina de humo para cálculos que tampoco nacen de deferencias evangélicas.

Por ejemplo, nadie en la OTAN cree que la ayuda militar vía Polonia a Ucrania cambiará el destino de la guerra. Si acaso, vale para ponerle palos a las orugas de los tanques, estudiar el desempeño de los moscovitas en la batalla y, ojalá, alargarla para castigar a Rusia. Los ucranianos corren con la cuenta; dan pena, pero en el fondo son “daño colateral”; su heroísmo se saluda por TV. Una zona de exclusión aérea, un incidente que meta a la OTAN en el lío o, peor, arriesgue una escalada nuclear no son precios que se vayan a pagar. En términos bíblicos, hay allí un poco más de Caifás que de Jesús.

Los chinos le han dado, por su lado, un seguro a Putin. Dejan tácitamente libres sus tropas del Este y le aseguran la compra de gas y petróleo, exportaciones rusas que Estados Unidos bloquea (pero Alemania no) en medio de sus tratativas con Maduro. Este ha dicho más o menos que ni se brinda ni se excusa, pero que, si el mundo lo pide, se sacrificará para proveer petróleo a Occidente. Biden y Maduro, impensados amigos de interés y, tantos otros, gente más dura que devota.

De ahí es que no me convence eso de que Bolivia debiera manifestarse con la primera fila de este conflicto, alineándose casi como Polonia, pero a miles de kilómetros y sin la historia rusa contra Varsovia. A la vez, es cierto que el comunicado de la Cancillería sonó algo similar a una declaración china que llamó a Occidente a atender las “legítimas demandas de seguridad” de Rusia. La cancillería boliviana se apoyó en los conceptos de paz y “seguridad”, palabra también usada por el canciller ruso Lavrov.

Aborrezco el padecimiento ucraniano y, como buen posibilista, agradezco un tanto que en este trance el terraplanismo de Evo no guíe aquí al Estado. Pero si la OTAN, China y Maduro calculan, no veo por qué Bolivia no deba jugar también sus modestas cartas internacionales. Ideal sería que no lo hiciera por consultas a La Habana, Beijing o Moscú, aunque me tinca que el ideal es como buscar un alma compasiva entre los señores de la guerra o un abstemio en un bar.

Gonzalo Mendieta es abogado y escritor



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