El término “bovarismo” tiene su origen en
el personaje principal de la novela Madame Bovary escrita por Gustave Flaubert
en 1857, obra que relata la vida de enorme insatisfacción matrimonial de Emma
Bovary. En 1892, el filósofo francés Jules de Gaultier acuñó el término
“bovarismo” inspirado en esta novela para referirse a un estado crónico de
insatisfacción en el que una persona niega o rechaza la realidad. En los años
40 del siglo XX, el “bovarismo” o “síndrome de Madame Bovary”, era descrito
como un síntoma caracterizado por una insatisfacción y frustración constante
debido a la no correspondencia entre las aspiraciones, normalmente
desproporcionadas y la realidad.
En esta columna hablamos de “bovarismo” en la oposición política para hacer referencia a la ausencia de correspondencia entre sus desmedidas aspiraciones y sus pírricos logros reales. Este síndrome se manifiesta de diferentes maneras: expectativas irreales, metas imposibles, sesgo de confirmación, imitación de modelos inalcanzables, negación de la realidad y ausencia de autoconocimiento. En este marco, este artículo intenta reflejar este síndrome, ilustrando la situación con algunos ejemplos.
Expectativas irreales. Esta forma de “bovarismo” consiste en que la oposición tiende a desarrollar expectativas y objetivos fantasiosos, irreales y desproporcionados que van a contracorriente con la realidad; así, estas expectativas artificiales confluyen en una perspectiva errada de la realidad. Un ejemplo de este síndrome se expresó en el comportamiento de la oposición en la fase previa a las elecciones de 2020. Luego de la derrota política del MAS en noviembre de 2019, todos los cándidos opositores, desde su pequeña trinchera electoral, imaginaron ser gigantes invencibles, nadie sospechó que la enorme estructura del MAS aún estaba incólume.
Los ilusos opositores imaginaron desbaratar electoralmente al MAS, nadie imaginó que acabarían resignados y balbuceando: “fuimos derrotados con todo éxito”. Los ingenuos opositores estaban seguros de lograr una mayoría absoluta en la contienda electoral, nadie vislumbró que esta mayoría le permitiría al MAS retornar de manera directa a la presidencia. Toda esta conducta revela que la oposición política de nuestro país, en aquel tiempo, fue víctima del “bovarismo”: sus desmesuradas ilusiones políticas no correspondían con los insignificantes logros reales.
Imitación de modelos inalcanzables. El “bovarismo” político de la oposición implica seguir modelos de vida o comportamientos que son inalcanzables o poco realistas, que con frecuencia desencadenan frustración y desilusión. Uno de los síntomas de este cuadro patológico se manifestó cuando algunos opositores, inmediatamente después de la victoria electoral de Javier Milei en Argentina, se afanaron en imitar a al liberal libertario: algunos empezaron a hablar (sin entender) de liberalismo, otros (tan bien sin entender) parafrasearon a Mises, Friedman y Hayek, y no faltó quien burdamente vociferó el grito de guerra de Milei: “¡Viva la libertad carajo!”.
Sin duda, estas groseras imitaciones no brindarán los resultados esperados por los opositores nacionales, básicamente debido a que Milei se constituyó en la respuesta correcta para el contexto crítico de la Argentina que, evidentemente, es diferente al nuestro.
Ausencia de autoconocimiento. Este síndrome se refleja en la incapacidad de la oposición para percibirse a sí misma de manera realista, es decir, no son capaces de reconocer sus propias limitaciones y debilidades. El botón de muestra que esclarece esta forma de “bovarismo” es que, en cuatro elecciones (2005, 2009, 2014 y 2020), la oposición política no advierte que su mayor debilidad fue participar en los procesos electorales de manera fragmentada, en todo aquel tiempo no asimilaron que divididos siempre serán derrotados. El síndrome que padecen los opositores es tan agudo que, frente a la intensa pugna al interior del MAS, no consiguen percibir la oportunidad que se les brinda para formar un solo frente político; en su lugar, ignorando aquella favorable coyuntura, cada quien parece aferrarse a su intrascendente organización política y, entre los excluidos del sistema político, se observa la emergencia de nuevos caudillos. La consecuencia de todo esto es que tenemos una oposición no dividida sino atomizada, con limitadas posibilidades de vencer en las elecciones del 2025.
El “bovarismo” es el síndrome que padece la oposición boliviana que, mientras no tenga una cirugía con el bisturí del realismo, las perversas recaídas continuarán sucediéndose.
Eduardo Leaño es sociólogo.