Al ser una enfermedad nueva y letal, sin vacuna ni tratamiento, el
coronavirus puso a la especie humana a cumplir con dos labores simultáneas:
cortar la cadena de contagios y desarrollar una cura y/o inmunización. De modo paralelo, tocó también resguardar la actividad económica. Esos fueron los tres
graves retos globales del año 2020.
A América Latina el mal llegó el 24 de febrero. A partir de ese día y en menos de un mes, ya se había expandido en todo el subcontinente. El arribo de la pandemia desde la otra orilla del Atlántico marcó un viraje en la información epidemiológica. De haber comenzado siendo un problema chino o asiático, el coronavirus se hizo, sobre todo, euro-americano. Con un tercio de los fallecimientos acumulados por la enfermedad en el planeta, América Latina es ahora una de las áreas geográficas más golpeadas del mundo. Del millón de muertos acumulados este año, 338.000 corresponden a los 20 países latinoamericanos.
En ese contexto estremecedor, un área geográfica destaca más que otras: Los Andes. No sólo que el Perú es hoy el país en el mundo con más muertos por millón de habitantes, sino que sumado a Bolivia, Chile y Ecuador encabeza un cuarteto letal. Si no fuera que Brasil tiene más fallecidos por millón de habitantes que Ecuador, los cuatro países andinos estarían juntos e indivisibles en la cúspide de la tabla de decesos por corona virus en la región.
A Bolivia, el mal llegó con particular impulso. A escala mundial, es ahora el tercer país del orbe con más muertos por millón de habitantes, solo después de Perú y Bélgica. Por consiguiente es el segundo país latinoamericano con más fallecimientos por millón de habitantes. Medalla de bronce y de plata, así de claro. Ni siquiera ha sido noticia, increíble. ¿Será porque nos dimos cuenta de que la crisis sanitaria solo será resuelta mediante las elecciones? Es muy probable y hasta correcto. Votar sana.
El coronavirus actúa como un extraño agente social. Dada la indefensión de partida, ya se dijo, los gobiernos sin grandes laboratorios solo tenían una carta en la mano: cortar la cadena de contagios a la espera de que se produzca el tratamiento o la inmunización. En el caso de Bolivia, el gobierno transitorio tuvo un comportamiento difuso. Como muchas administraciones en el mundo, optó por dotar a los hospitales con respiradores. Dada la coyuntura electoral implícita, la entrega de equipos ayudaba a conseguir “buena prensa” y elogios sobre la tarea. Sin embargo, como ha quedado demostrado, el corte de los contagios no tiene mucho que ver con la importación o compra de máquinas ventiladoras.
La estrategia exitosa no consiste solo en equipar salas de terapia intensiva, sino sobre todo en rastrear y encapsular contactos. Como puede suponerse, identificar a personas con síntomas, hacer un mapa de sus cercanías previas y disponer medidas de aislamiento para ellas no es un acto que ayude a reforzar una campaña electoral. Al Covid se lo combate en silencio y dentro de los poros más insignificantes de la vida social. Su enfrentamiento no consigna entrega de obras o cortes de cinta.
Si el gobierno transitorio hubiese sido capaz de construir una red de rastreadores, fuertemente involucrada con las organizaciones sociales, sindicales, vecinales y campesinas, Bolivia no habría alcanzado la cima de todas las tablas epidemiológicas. Para ello, la Presidenta hubiese tenido que concertar con la tupida red de organizaciones que dicta la dinámica de Bolivia desde hace siglos. Esa red era y es sin embargo un nicho cercano al MAS. Remontar la frontera no resultaba ni sencillo ni probable.
El llamado a acatar la cuarentena se realizó sin un rastrillaje preciso y menos logrando un acopio minucioso de la información disponible. En todos los casos que me ha tocado conocer, las personas contagiadas de Covid con las que he hablado en Bolivia, coinciden con el siguiente diagnóstico: cada una tuvo que buscar y pagar por sí misma la detección del virus; cuando se constató la mala noticia, ninguna institución hizo un rastreo ni ofreció un centro de aislamiento y por consiguiente sus padecimientos no fueron incorporados a ningún mapa oficial.
En el país, el coronavirus se movió aprovechando la ceguera del Estado. Así, cada familia tuvo que vérselas sola, con lo poco que sabía del mal y empleando los pocos recursos al tanteo. Lección aprendida: para enfrentar una enfermedad nueva y sin cura, la vacuna es un gobierno electo.
Rafael Archondo es periodista.