El 5 de agosto de 1825 la Asamblea Deliberante que había iniciado sus sesiones los últimos días del mes precedente se reunió en “sesión secreta”, como aparece registrado por el Redactor Oficial. “Después que se leyó el acta de la sesión secreta del 1 de este mes, y aprobada por los señores diputados, dejó su asiento el señor presidente Serrano y lo ocupó por nombramiento el señor diputado Urcullu” reza la parte inicial del acta de 5 del mes de agosto de 1825.
En esa sesión presidida por José Mariano Serrano se aprobó un orden del día cuyo primer punto decía “si la declaración de la independencia se le comunicará a S.E el gran Mariscal de Ayacucho para que la trasmita al conocimiento de S. E el Libertador”. Queda meridianamente claro que los asambleístas habían decidido declarar la independencia de las provincias, pero restaba saber cómo se lo comunicarían al Libertador Bolívar que se encontraba en el Perú.
Tal como estaba previsto, al siguiente día 6 de Agosto de 1825, los asambleístas se reunieron en la excapilla de la Compañía de Jesús, que formaba parte del complejo arquitectónico de la Universidad Real, Mayor y Pontificia de San Francisco Xavier, fundada el año 1624 por los sacerdotes jesuitas afincados en Chuquisaca. Francisco Xavier, el misionero jesuita compañero de Ignacio de Loyola –fundador de la Compañía– había sido canonizado el año 1622. La Universidad es hasta el día de hoy la principal institución académica de la ciudad de Sucre y la más antigua de Bolivia.
Presidida por José Mariano Serrano, diputado por Charcas, o Chuquisaca, acompañado éste por los dos vicepresidentes, los paceños José María Mendizábal y José María de Asín, los diputados o asambleístas iniciaron la sesión leyendo la declaración que contenía frases grandilocuentes, rememoraron a las culturas azteca e inca conquistadas con la espada y la cruz: “Lanzándose furioso el león de Iberia, desde las columnas de Hércules hasta los imperios de Moctezuma y de Atahualpa, es por muchas centurias que ha despedazado el desgraciado cuerpo de América y nutrídose con su sustancia; todos los estados del continente pueden mostrar al mundo sus profundas heridas para comprobar el dilaceramiento que sufrieron: pero el Alto Perú aún las tiene más enormes y la sangre que vierten hasta el día es el monumento más auténtico de la ferocidad de aquel monstruo”-.
El Acta de la Independencia consta de seis largos parágrafos que expresan las causas que motivaron un acto de suyo tan trascendente. “Después de diez y seis años que la América ha sido un campo de batalla, y que en toda su extensión los gritos de libertad, repetidos por sus hijos, se han encontrado los de los unos con los de los otros, sin quedar un ángulo en toda la tierra donde este sagrado nombre no hubiese sido el encanto del americano y la rabia del español” consta en otro de los párrafos iniciales.
“El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el continente de América el ara donde se vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos”, frase que rememora a los primeros gritos libertarios de 1809 ocurridos en Chuquisaca y La Paz, pioneros en el proceso ulterior de emancipación de América del Sur del dominio español.
“El mundo sabe también que, colocados en el corazón del continente, destituidos de armas y de toda clase de elementos de guerra, sin las proporciones que los otros estados para obtenerlos de las naciones de ultramar, los altoperuanos han abatido el estandarte de los déspotas en Aroma y la Florida, en Chiquitos, Tarabuco, Cinti, en los valles de Sicasica y Ayopaya, Tumusla, y en otros puntos diferentes”. Este párrafo recuerda las victorias militares de las fuerzas patriotas que se enfrentaron en desigualdad de condiciones contra el ejército español, en muchos casos en una especie de guerra de guerrillas como las comandadas por los esposos Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy o por José Miguel Lanza quien fue uno de los pocos sobrevivientes que alcanzó a firmar –como diputado por La Paz– el Acta de la Independencia.
Las referencias a “suplicios atroces”, “contribuciones y exacciones arbitrarias”, “sistema inquisitorial atroz” de la etapa colonial reflejan el ánimo exultante de los asambleístas que apostaban “al fuego sagrado de la libertad”. En otro de los parágrafos del Acta se lee “les mostraremos un territorio con más de trescientas leguas de extensión de norte a sur, y casi otras tantas de este a oeste; con ríos navegables, con terrenos feraces, con todos los tesoros del reino vegetal en las inmensas montañas de Yungas, Apolobamba, Yuracaré, Mojos y Chiquitos, poblado de los animales más preciosos y útiles para el sustento, recreo e industria del hombre; situado donde existe el gran manantial de los metales que hacen la dicha del orbe y le llegan de opulencia”, mostrando la riqueza vegetal y mineral de un extenso territorio, despoblado para entonces y cuyo adecuado aprovechamiento hubiera convertido a la nueva república en un emporio. Tristemente la situación sería diferente a lo largo de la historia republicana de Bolivia, siendo nuestro país uno de escaso desarrollo económico y caracterizado por una notoria desigualdad social, a lo que hay que agregar las pérdidas territoriales que sufrió Bolivia a costa de sus vecinos.
“Cuando contempléis a nuestros hermanos los indígenas, hijos del grande Manco Capac, ¿no se cubren vuestros ojos de torrentes de lágrimas, viendo en ellos hombres los más desgraciados, esclavos tan humillados, seres sacrificados a tantas clases de tormentos, ultrajes y penurias?” . Los asambleístas se referían con esos términos a las condiciones de la masa indígena (en 1825, se estima que Bolivia tenía algo más de un millón de habitantes, siendo más del 80% indígenas).
Finaliza la exposición de motivos del Acta con la frase “hemos creído interesar a nuestra dicha no asociarnos ni a la República del Bajo Perú ni a la del Río de la Plata” dejando así establecido en el Acta que los asambleístas se habían decantado por la independencia del Alto Perú (en la votación sin embargo, los diputados paceños Eusebio Gutiérrez y Juan María Velarde votaron a favor de anexarse al Perú).
Con 46 votos, de un total de 48 presentes, la Asamblea Deliberante declaró solemnemente la independencia del Alto Perú. “La representación soberana de las provincias del Alto Perú, profundamente penetrada del grandor e inmenso peso de su responsabilidad para con el Cielo y con la tierra, en el acto de pronunciar la suerte futura de sus comitentes (…) declara solemnemente, a nombre y de absoluto poder de sus dignos representados, que ha llegado el venturoso día en que los inalterables y ardientes votos del Alto Perú por emanciparse del poder injusto, opresor y miserable del Rey Fernando VII (…) y que cese para con esta privilegiada región la condición degradante de colonia de la España” (…) que, en consecuencia , y siendo al mismo tiempo interesante a su dicha, no asociarse a ningún a de las repúblicas vecinas, se erige en un estado soberano e independiente de todas las naciones”.
El historiador José Luis Roca, en “Ni con Lima ni con Buenos Aires. La Formación de un Estado Nacional en Charcas” (Ed. Plural, 2007) sostiene que a pesar de que la Audiencia de Charcas perteneció al Virreinato de Lima desde 1560 y luego pasó a depender del Virreinato del Río de la Plata desde 1776, buscó y consiguió formar un gobierno propio, tarea que se impusieron sus élites y que se plasma precisamente en el documento del 6 de agosto de 1825. El Acta de la Independencia es el corolario de años de lucha por la independencia de Charcas respecto a España, sin embargo recién comenzaría la historia turbulenta de Bolivia que ha vivido desde hace 200 años en la encrucijada entre la tiranía y la libertad.
El Acta del 6 de Agosto de 1825 consolida la soberanía del nuevo Estado, aunque el camino que iría a recorrer sería difícil, lleno de obstáculos y amenazas a su soberanía, libertad e independencia. En el año del Bicentenario Bolivia continúa su vía crucis buscando definir su perfil social, político y económico para los siguientes años. Bien harían los líderes políticos y sociales de estos tiempos consultar los textos de historia para aprender de los errores del pasado y rectificarlos para un mejor porvenir de una tierra feraz y bendecida por la naturaleza.
Walker San Miguel es abogado.