En los últimos 19 años el único que puso en peligro la democracia es el MAS y, durante ese tiempo, el mismo partido se ocupó de destruir la economía. Resulta curioso entonces que, a poco más de siete meses de concluir su mandato, el presidente convoque a un diálogo por la estabilidad democrática y económica, para compartir la responsabilidad de eventuales soluciones.
El mismo presidente que hasta hace dos años decía que la economía del país estaba blindada, el que aseguraba que era el mejor administrador en circunstancias adversas, el que afirmaba que su modelo de desarrollo era de exportación, el que confiaba en que la falta de dólares era temporal, el que decía que el nivel de reservas era óptimo mientras echaba mano del oro y las divisas para los gastos, el que aplaudió y hasta lloró con la nacionalización que se llevó la inversión para el gas, el que presumía de los bajísimos niveles de inflación, el que ridiculizaba y atacaba a los organismos financieros del “imperio”, ese, ese es el que hoy lanza un patético pedido de diálogo, casi de auxilio en medio de una creciente presión social agravada por el desabastecimiento de combustibles y una generalizada subida de los precios.
Arce, el ministro de Economía que siempre quiso aparecer en los primeros lugares del ranking latinoamericano de ministros, el que mandó construir un edificio y un despacho de lujo, como si fuera a eternizarse en el cargo, el que fue parte del gabinete que celebró las ocurrencias de Evo Morales, sus desplantes autoritarios, sus delitos y atentados contra la democracia como el desconocimiento de los resultados del 21F, el que defendió la teoría de un golpe inexistente y mando a perseguir y encarcelar a los supuestos responsables, ese, ese es que el hoy habla de la necesidad de “asegurar las condiciones para que la democracia no sea amenazada”.
El presidente no necesita de diálogos para que se respete la institucionalidad democrática, las reglas del juego y los plazos electorales. No necesita de consensos para gobernar, no necesita de leyes especiales para evitar la corrupción que cunde en las oficinas públicas, no necesita de poderes especiales para ajustar los gastos y evitar que el dispendio siga inflando el déficit. Solo debe respetar y hacer que se respete la normativa vigente y, en materia económica, dejar de pensar en milagros socialistas y de creer que el paraíso se encuentra en La Habana, Managua o Caracas.
No. Ya es tarde para diálogos. No se llama a consensos después de imponer las decisiones que llevaron al descalabro democrático, institucional y económico. Si Luis Arce se queda solo, si nadie escucha sus convocatorias, no es porque el resto tenga la culpa, sino porque se trata de un presidente –y de un partido–, que nunca escuchó a nadie, que jamás reconoció los problemas, que criminalizó la crítica y que ahora debe tener, por lo menos, el valor de asumir las decisiones drásticas indispensables para atender la emergencia que él mismo y su partido contribuyeron a crear.
No, el presidente no tiene la autoridad moral que se necesita para pedir a otros que le ayuden a salvar su pellejo, sin siquiera ofrecer a cambio la renuncia a su candidatura. Lo han dicho otros y es cierto. Arce ya no tiene más tiempo ni crédito y su diálogo seguramente no tendrá convocatoria y mucho menos resultados. Lo suyo fue un lento suicidio. Ya es tarde.