“La democracia es el pueblo con anteojos”, decía el poeta y
pensador mexicano Octavio Paz hace muchos años. Y tal vez este es un buen
momento para ajustar las cosas de manera que podamos corregir nuestra miopía.
La pandemia del coronavirus llegó para quedarse por un largo tiempo. Los esfuerzos que se hacen hoy servirán apenas para que las consecuencias sean menos graves, pero la tarea continuará siendo inmensa.
Y dada esa magnitud, lo que corresponde ahora, más que nunca, es que los liderazgos visibles –unos cuantos en realidad y muy debilitados– se percaten con responsabilidad del rol que deben jugar en estos tiempos.
Por desgracia, la peste nos pescó en medio de la ventisca electoral; no son fuertes vientos y mucho menos tempestades de transformación, sino apenas un cruce de alientos hasta cierto punto mezquinos.
En medio de la sucesión de muertes y contagios, con la ciudadanía aislada y sumida en los quehaceres domésticos, la miopía de los líderes los lleva a mostrarse como patéticos sobrevivientes políticos, cada uno desde su propia cuarentena.
No es para nada el momento de fabricar fronteras entre los adeptos de unos y otros, ni de sembrar banderas allí donde hay dolor. Por el contrario, lo que la gente espera es algo de desprendimiento.
Las redes están inundadas de la solidaridad de los más y del egoísmo de unos cuantos.
Cuando más se necesita del aporte, se privilegia la crítica dañina. Esto no es cuestionar la libertad que tiene todo el mundo de decir lo que quiera, pero sí arriesgar una definición de conductas que parecen responder más a la psicología de la peste, que a un legítimo deseo de hacer de la política un instrumento de superación de nuestros males.
Hoy la elección está en suspenso y es bueno que así sea. Si a la distancia social por salud se añade el abismo fabricado desde la política, las soluciones a los actuales y futuros problemas serán mucho más arduas.
La miopía de las masas suele ser consecuencia de la falta de visión de los líderes. Y esa visión se pone a prueba en los momentos de miedo, tragedia y urgencia colectiva.
Las voces en favor de la unidad y los acuerdos sin fronteras se escuchan cada vez más. La consciencia no solo sobre la expansión del mal y sus dolorosas consecuencias, sino sobre el efecto multiplicador del virus en la mayor parte de las actividades humanas es, con certeza, la única posibilidad de ajustar el enfoque del anteojo ciudadano.
A unos les toca hoy la tarea de comandar las soluciones y hay que permitirles hacer, corregir y salir adelante por el bien de todos.
A la mayoría nos queda la disciplina y a los líderes, los muy pocos que hay, estar así sea solo por esta vez a la altura del desafío que representa el sobrevivir al fin de ese mundo que hasta hace semanas conocimos. Y es que, como alguien decía –son muchos a los que se atribuye esta frase– “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto llegó el virus y nos cambiaron las preguntas”.
Hernán Terrazas es periodista.