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10/01/2021
El Tejo

Democracia y autoritarismo

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

Tanto nos hemos acostumbrado a la vertiginosa circulación de información en el planeta que el intento de golpe de Estado patrocinado por el mandatario estadounidense Donald Trump en su propio país casi, casi pasa como una anécdota más.

Me explico. Por un lado, creo que –como sentí en los actos de ascensión al poder de Clinton y Obama, luego de las largas noches del republicanismo dirigido por los Bush (padre e hijo, 41 y 43 presidentes de EEUU)– estamos viviendo momentos históricos trascendentes que tienen como como epicentro a la primera potencia mundial, así esté, como lo está, tan venida a menos. Por otro, que gracias a la revolución de las comunicaciones somos testigos presenciales de esos hechos que cambiarán el curso de la vida del planeta.

Pero, al mismo tiempo, se trata de fenómenos que tienen precedentes históricos que conviene recordar para alinearnos, si así lo queremos, ante los decursos que pueden tomar los hechos en el futuro inmediato.

En cuanto a los precedentes, lo que más me recuerda la gestión de Donald Trump y su dramático final es la emergencia del nazismo en la Alemania de la década del 30 del siglo pasado bajo la conducción de un excabo del Ejército alemán llamado Adolfo Hitler. Toda la intelectualidad de ese tiempo y los operadores políticos –probablemente con la excepción del británico Wilson Churchill– creían que semejante personaje jamás se haría del poder en Alemania ni lo expandiría hacia Europa. Más bien, lo dejaban hacer porque, dada su influencia en los sectores sociales más pobres y excluidos de esa nación, les serviría para contener su radicalidad… Y así les fue.

Este final de la gestión Trump también me recuerda a la caída del Muro de Berlín… pues, como entonces sucedió con el proceso que condujo a la desaparición del socialismo real, arrastrando tras sí a la URSS, el mundo dejó de ser el mismo. Se abrió un largo proceso de reconformación del escenario mundial y lo que hasta entonces parecía imposible, se hizo realidad, y lo que parecía inamovible, cambió. Todos, en consecuencia, tuvimos que adecuarnos a los nuevos escenarios. Además, aparecieron nuevos paradigmas, desafíos y demandas, adecuadas a los cambios que en simultáneo se vivían. De una u otra manera, todo se volvió precario porque, además, surgieron demandas de otras formas de representación, de ejercicio del poder y de visiones tendentes a reivindicar, en forma teóricamente asimétrica con la revolución tecnología, los particularismos antes que la convivencia plural.

En ese escenario, con la variante de que la institucionalidad estadounidense ha logrado sofocar la insurgencia trumpiana, surge, una vez más, el debate sobre cómo se podrá construir un sistema de gestión estatal local y global que permita alcanzar un equilibrio, que siempre será precario, entre las demandas de la sociedad y la capacidad de los estados de satisfacerlas.

Esto me lleva a creer que lo que está sucediendo en EEUU es una muestra más, con repercusión planetaria, de la pugna que desde el final de la segunda guerra mundial está permanentemente presente en la agenda global sobre cómo gestionar la administración de los espacios públicos: de una manera democrática o autoritaria. La primera, como un sistema que exige alcanzar acuerdos entre visiones diferentes en forma permanente, cuyas divergencias se regulan por el respeto a un marco constitucional y legal previamente concertado, que garantiza la pacífica convivencia y el pleno ejercicio de derechos ciudadanos políticos, sociales, culturales etc. La segunda, un sistema sometido al arbitrio de quienes se han hecho del poder político.

Por estas razones, creo que lo que está sucediendo en EEUU es más profundo de lo que a primera vista parece, pues se trata de la pugna entre democracia y autoritarismo en el ejercicio del poder, debate que trasciende, sin desmerecer los productos, las imaginativas comparaciones, memes y debates de café que naturalmente el hecho incita.

Juan Cristóbal Soruco es periodista.



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