El psicólogo evolutivo Robin Dunvar (británico) dice que un niño medio de tres años es capaz de emplear más o menos mil palabras. A los seis, alrededor de 13 mil. A los 18, unas 60 mil. “Esto significa que ha ido aprendiendo un promedio de 10 mil palabras nuevas por día desde su nacimiento, el equivalente a una palabra nueva cada 90 minutos del tiempo que permanece despierto”, agrega.
En caso de un político medio del “proceso de cambio”, el promedio tendría que ser mucho más porque se supone que es una persona extraordinaria. Sin embargo, los “hermanos del gran hermano” sólo repiten cuatro palabras desde que retornaron al poder en noviembre de 2020: “hemos recuperado la democracia” (Y una de yapa: golpe). Y se lo creen.
Sin embargo, en el mundo, hay gente que no les cree. ¿Quién por ejemplo?
Por ejemplo, el presidente de EEUU, Joe Biden. Si Biden les creyera, hubiera invitado al presidente Luis Arce a la “Cumbre de la Democracia” que se realizó recién entre el 9 y 10 de diciembre. Otro ejemplo, la Unión Europea. Si ésta les creyera, no hubiera desmentido al gobierno del MAS en más de una ocasión que no hubo golpe.
En política, no sólo comunican las palabras, sino también las decisiones. En ese sentido, el mundo democrático está diciendo a los bolivianos: ¡hey, no viven en democracia! El masismo responderá que Bolivia vive en democracia porque Luis Arce fue elegido por el 55% del pueblo. Y es verdad. Pero la democracia no se limita a las urnas. Si fuese así, Hitler, Mussolini, Trujillo, Stroessner, Ortega, Diaz-Canel, Maduro eran/serían presidentes democráticos.
Entonces, ¿qué es democracia? Recurro a Giovanni Sartori: la democracia es pluralismo, es diversidad. Es pluralismo porque la democracia fue naciendo como oposición a las terribles devastaciones y crueldades de las guerras de religión de 1562 y 1648, armadas para imponer un mundo de un solo color como pretende hoy la autocracia, el despotismo, la dictadura y el totalitarismo.
La democracia es un mundo multicolor. En cambio, el masismo es monócromo, no admite opción diferente. En su escala axiológica no está el pluralismo como valor; por ello, su fin último es aniquilar al otro diferente.
Touraine escribe, en su libro: ¿Qué es la democracia?, que “el pluralismo presupone e implica tolerancia; el fideísmo y el fanatismo niegan el pluralismo”.
La élite que gobierna el país azuza el fanatismo en cada palabra y usa los recursos públicos (compuesto también por los aportes de los que piensan diferente) con este fin antidemocrático. Para disimular sus intenciones, entiende la democracia sólo como fuente de poder. Si ganó con el 55%, entonces es un gobierno democrático. Esta concepción edulcora la tiranía de la mayoría que se caracteriza por no dejar ningún margen de independencia ni conceder ninguna esfera de protección al individuo.
En consecuencia, el masismo basado en esa mayoría, consultada sólo una vez en las urnas, y que en apariencia participa, cada vez, a través de dirigentes pertenecientes en ideología al partido estado, actúa sin ningún límite a ese poder discrecional de ejercer un poder absoluto.
En consecuencia, para el masismo, el voto da un poder ilimitado. Y la democracia, en los términos de Alain Touraine, es un límite al poder. ¿Y cómo se limita al poder? Mediante tres mecanismos: 1) La Constitución y la ley; 2) Las urnas; y 3) la sociedad civil. La Constitución es de cumplimiento obligatorio; y el voto origina (elecciones) o deniega (referendo) poder. En el caso de la sociedad civil, ésta respira solo cuando sus organizaciones sociales son autónomas del gobierno de turno.
El masismo rompió y se burló de todos esos límites en el periodo 2009-2019. Quiere repetir esa experiencia en el mandato que comenzó en noviembre de 2020. Por ello, busca acabar con los ciudadanos que pidieron respeto a los límites al poder, pero encubre al autor de la ruptura del orden constitucional: el jefe del MAS.
Robert Dahl escribe, en sus libros “La democracia” y “La poliarquía. Participación y oposición”, que en democracia los miembros de una sociedad son políticamente iguales. Por tanto, un gobierno democrático debe garantizar a todos, incluidos sus adversarios, las mismas posibilidades de participar en elecciones para acceder al poder, de organizarse, de expresarse con total libertad y de justicia.
Entonces, “esa libertad convierte a la democracia en un sistema para evitar el gobierno de autócratas crueles y depravados”, dirá Dahl.
El gobierno de Luis Arce, amigo de los dictadores Ortega y Maduro, quiere una Bolivia monocrónica y no policrónica. Así se explica que haya detenido recientemente al político opositor Marco Pumari.
Si “los hermanos” emplearan sólo 100 palabras referidas a la democracia, entenderían que la democracia no es el MAS, sino más que el MAS.
Andrés Gómez es periodista