Tal vez no sea el mejor momento para hablar de elecciones, sobre todo porque los problemas más urgentes hoy tienen que ver con la economía, pero es el propio Gobierno el que apuró los pasos en esa dirección y puso a todos –unos más que otros– en carrera. Con la economía a cuestas, claro, pero allá vamos.
A estas alturas, los pocos partidos que quedan, los que tienen representación parlamentaria y los que no, las organizaciones políticas en gestación y algunas personalidades, quieren ser parte del juego, aunque todavía sin todas las cartas en la mano y sin los reflejos necesarios para escapar a las redes de los mitos.
Veamos. El mito de lo nuevo versus el pasado es algo que tiene a mal traer a los “viejos” políticos, expresidentes o funcionarios de antiguos gobiernos, que quisieran volver a competir y que no saben cómo hacer para rejuvenecer sus propuestas, ya que hacerlo con sus imágenes resulta más difícil porque la mayoría de ellos superó ya, algunos con creces, la barrera de los 60 años.
En el mismo mito caen los “remodelados”, es decir aquellos que, sin haber sido parte de ningún gobierno, lo son de alguna tradición política con raíces en la historia democrática reciente. No son políticos “último modelo”, pero intentan lucir como tales, aunque les cuesta un poquito disimular las arrugas partidistas con el “botox” de un discurso que recoge algunas demandas de la nueva generación.
En similar saco caben los que nunca hicieron política y los que creen que basta con ser jóvenes o simplemente nuevos para tener aspiraciones presidenciales. Todo se reduce a una cuestión de likes. A mayor número de likes, más posibilidades de transitar el puente que lleva de ser solo influencer a convertirse en líder políticos. Algunos hasta se toman fotos con la banda presidencial para ver cuánto pegan en sus redes sociales.
El de nuevo/viejo podría ser el mito más inocente, si no fuera porque desde hace casi veinte años el MAS y sus dirigentes han descargado sobre las espaldas de los “viejos” todos los males de la “vieja” república, incluido el de no haber dejado de actuar nunca con la misma lógica del colonizador sobre el colonizado.
Bajo ese discurso implacable, todo lo viejo es de derecha y no todo lo nuevo es progresista. Es más, hay jóvenes que son los “cachorros” del neoliberalismo, con menos años de edad, pero con las mismas ideas.
Pero lo “viejo” tiene que ver también con una cuestión de años de ejercicio del poder. En ese sentido, el MAS y sus líderes también perdieron el atributo de la juventud o de lo nuevo, y se acomodan, aunque no lo quieran, en la misma galería de quienes dicen despreciar. Si de antiguos se trata, todos caben en la misma fotografía.
Algunos mitos han desaparecido a “golpes”. No por ser indígena se es necesariamente fiel a los principios de una cultura, como el ama sua, ama llulla y ama quella (no robar, no mentir y no ser flojo). De ladrones, mentirosos y perezosos se han visto innumerables ejemplos en el “proceso de cambio”, por lo que apelar a la ética de los antepasados ya no tiene la misma eficacia.
Lo de blanco/indio ha perdido también sentido. El actual es un gobierno presidido por un mestizo, más blanco que indio, y la mayoría de los integrantes de su gabinete son como él. De indígena solo quedan algunas imágenes en la pinacoteca palaciega y ritos que se reiteran, ofrendas que son una reconexión por lo general demagógica con los ancestros.
Las fronteras son más difusas y los mitos más espesos cuando se pretende separar las aguas entre la izquierda y la derecha –¡what the fuck!–, algo que ya no se traga nadie y mucho menos los jóvenes, que de esas épocas ya no tienen mucha memoria.
Hay algo de superficial en todo esto, porque el debate se lleva a temas que tienen que ver más con las formas que con los contenidos. Entre el pasado y lo nuevo no hay puentes, sino solo el vacío. Del voto al botox, la política se convierte en un comic y los políticos en una caricatura.
Hernán Terrazas es periodista