Hace medio siglo renunció el presidente de Estados Unidos Richard Nixon. Su sello fue casi mefistofélico por esa mezcla de iniquidad y brillo, a medio camino entre el don y la maldición.
Nixon fue un ángel caído de la política. Sus análisis, que motivan esta columna, me hacen pensar en unos dichos contradictorios. Por un lado: “presta atención a tus enemigos, ya que son los primeros en descubrir tus errores” y “el adulador, ese es tu enemigo peor”. Por el otro, esa moraleja de Samaniego: “yo venero tu sentir/en esto de no seguir/del enemigo el consejo.”
Nixon no tenía miramientos con sus contrincantes, pero cultivaba una fría lucidez al evaluarlos. Su aire profético sirve de ejemplo cuando opina sobre dos adversarios estadounidenses: Fidel en 1959 y la Rusia del siglo XXI, vista desde 1992.
En sus memorias, Nixon transcribe su memorándum a Eisenhower, inmediatamente después de hablar con Fidel en el Capitolio. Fue el domingo 19 de abril de1959, cuando Únzaga moría en La Paz, a menos de cuatro meses de que Castro tomara el poder. Nadie sabía si él era otra figura fugaz.
Nixon relata que Castro alegó allí que “el pueblo no quería elecciones porque (…) solo habían producido un mal gobierno” y que “usó el mismo argumento de que él estaba simplemente reflejando la voluntad del pueblo (…) parecía obsesionado con la idea de que era su responsabilidad llevar a cabo la voluntad del pueblo, cualquiera fuera a ser ella en un momento determinado…”. Esa arenga de Fidel es ya una marca registrada, como en Perón o en Carlos Montenegro: construir un pueblo en el discurso para ser su vocero.
Continúa Nixon: “Era esta su casi esclavizada servidumbre a la opinión mayoritaria prevaleciente –la voz de la muchedumbre– más que su actitud ingenua hacia el comunismo y su obvia falta de entendimiento de incluso los más elementales principios económicos, la que me interesaba para evaluar la clase de líder que eventualmente resultará ser (…) Sea lo que fuera que pensemos de él, (Fidel) será un gran factor en el desarrollo de Cuba y posiblemente en los asuntos de Latinoamérica en general. Parece sincero. Él es o bien increíblemente ingenuo sobre el comunismo o está bajo la disciplina comunista; yo creo que es lo primero, en tanto ya he inferido que sus ideas de cómo dirigir un gobierno o una economía son menos desarrolladas que aquellas de casi cualquier figura mundial que he conocido en cincuenta países. Pero porque él tiene el poder de liderar que he referido, no tenemos opción que al menos tratar de orientarlo en la dirección correcta.”
Posteriormente, en 1992, en una entrevista para C-SPAN 2 (disponible para los fisgones en YouTube) a raíz de su libro Seize the Moment, Nixon exhibía de nuevo sus dotes, desde el lenguaje del republicano que fue: “En el presente, lo que pase en Rusia es muy importante porque (Boris) Yeltsin no debe fracasar (…) sea que la libertad sobreviva y gane, afectará el curso de la historia por todo el siglo XXI y si él (Yeltsin) fracasara, si Rusia revirtiera hacia el autoritarismo o a la dictadura –no volverá el comunismo, pero los dictadores podrían estar circundando-, entonces significará que las fuerzas de la libertad tendrán un enorme retroceso. Tomen el caso de China: los duros líderes de China estarán encantados de que Yeltsin fracase. Si él no fracasa, la presión será irresistible contra ellos; los líderes chinos estarán forzados a hacer reformas políticas y luego económicas.” Pero ya sabemos: Beijing había reprimido la reforma política en 1989, Yeltsin cayó luego, y China se endurece ahora con Xi-Jinping.
En 1959 Nixon olía ya el liderazgo de Fidel: vertical, carismático y tan arrollador como negado para la administración y la economía. Y en 1992, Nixon presentía el peso ruso en el destino del siglo XXI. Nixon era de esos a quienes hasta sus antagonistas atienden. Es un ejemplo que quizá sirve a nuestros políticos: la reflexión del adversario puede superar a la del seguidor meloso, a la del adulón. Porque aquella moraleja de Samaniego no acierta del todo: la crítica y hasta el consejo del enemigo valen, a condición de que sean mínimamente avispados.
Gonzalo Mendieta Romero