PC_GPTW-Brujula-digital
PC_GPTW-Brujula-digital
Ahorrate Problemas 1000x155px
Ahorrate Problemas 1000x155px
Vuelta | 02/01/2024

Dejar atrás a Morales

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Evo Morales no nació a la vida política como un revolucionario o como el referente de un liderazgo de izquierda, pero durante la última década del siglo pasado estuvo en la trinchera que le permitió construir la imagen pública que lo convertiría no solo en el jefe local de los cocales, sino en la contraparte nacional de un sistema en acelerado proceso de deterioro.

El salto de Morales hacia la política se dio desde el trampolín sindical de la federación de cocaleros en el Chapare de Cochabamba. Allí fue donde hizo carrera, desde una muy modesta secretaría de deportes, hasta el liderazgo absoluto. En el camino lo acompañó la suerte o un destino políticamente afortunado, pues en la década de los años noventa del siglo pasado, los cocales del trópico se convirtieron en la última trinchera contra el “imperialismo” y Evo en el último héroe de una lucha supuestamente soberana por mantener la hoja de coca ilegal a salvo de la erradicación.

Aunque se trató en realidad de la defensa de un negocio ilegal, el aura de heroísmo sindical en el trópico frente al enemigo “eterno” no le cayó mal a una izquierda en retirada que venía de experimentar una serie de derrotas que se resumieron en la caída del Muro de Berlín y la confirmación de que el Este europeo había permanecido anclado en el pasado y sometido por atroces tiranías políticas

Con partidos tradicionales de izquierda debilitados o en proceso de desaparición, el Movimiento al Socialismo fue una suerte de última nave a la que se aferraron los náufragos de una historia con héroes y villanos, y en la que encontraron acomodo también aquellos que no se resignaban a vivir irremediablemente huérfanos de las utopías revolucionarias. 

Un toque de lucha armada, algo de marxismo, las nuevas corrientes indigenistas, además del hartazgo de una generación insatisfecha con los resultados de dos décadas de democracia y mercado, y de un sistema de partidos atrapado por la corrupción, fueron las vertientes de las que se nutrió el nuevo proyecto que llevó a Morales al poder.

Aunque no se asuma del todo, la democracia no venía bien. Era una democracia de pocos beneficiarios y muchos desilusionados que no habían sido incluidos. La inclusión no era solo una asignatura pendiente, sino una materia desgraciadamente ignorada en la carpeta política. 

El parto democrático había sido especialmente difícil, sobre todo por las enormes dificultades económicas que se tuvieron que enfrentar a partir de 1982. Esto llevó a diseñar una agenda más técnica que política, más centrada en indicadores que en personas, lo que a la postre determinaría las particularidades de una forma de gobernar común a todas las gestiones a partir de 1985 y las características de una generación de administradores estatales más preocupados por los números que por la realidad que se insinuaba detrás de ellos. La estabilidad lo era todo y la referencia a la UDP el fantasma de uso común para disuadir a los sectores que demandaban algo más que un camino sin cambios.

Morales es hijo también de la decepción democrática. ¿De qué me sirve a mí la ciudadanía si no la ejerzo a plenitud? ¿De qué me sirve la democracia si solo se trata de votar, pero no de influir en la toma de decisiones? Es evidente que la Bolivia de fines de siglo demandaba ajustes constitucionales sobre todo orientados a asegurar la inclusión en todas sus expresiones y a establecer unas reglas del juego válidas para todos y que desterraran de una vez la lógica de fondo que distinguía ciudadanías de primera y segunda clase.

Se ha dicho mucho, pero es pertinente repetirlo. Morales, aunque a algunos les cueste asimilarlo, fue y probablemente continúe siendo un símbolo. No en vano los estudios indican que los votantes de origen indígena aimaras o quechuas inclinarían masivamente su preferencia por el ex mandatario, a pesar de todo lo que se dice de él y de su paso, no siempre desprovisto de polémica y escándalo, por el poder.

Nadie ha conseguido –Arce menos que otros– reemplazar esa imagen en el MAS, un instrumento que terminó por expresar las reivindicaciones indígenas más que el romanticismo revolucionario clasemediero. De ahí la vigencia de Morales y el hecho de que incluso hoy, cuatro años después de alejarse del poder, nadie pueda dar definitivamente vuelta a la página, como si se tratara de un capítulo cerrado y no de lo que en realidad es una historia en desarrollo.

Mientras no haya un discurso y un personaje capaz de llenar el vacío de la representación que, mal o bien, aun ejerce Morales, no será fácil mantener un armado democrático completo. Obviamente no es una figura imprescindible, como no lo es nadie en la política, pero es preciso leer con detenimiento cuáles son las demandas y necesidades no satisfechas que todavía mantienen al expresidente como un protagonista, para poder a comenzar a transitar por el camino del post-evismo sin tropezar nuevamente con los mismos escollos y condiciones históricas que alimentaron esa corriente. Para saber, en suma, como dejar atrás al personaje sin ignorar la relevancia de sus banderas, una tarea no menor en este 2024. 



BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1
BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1