Hace unos días, las deleznables laderas de La Paz se volvieron aún más resbalosas por culpa de unas tunas; de hecho, si nadie hubiera plantado esos cactus en cierta zona de Achumani, no hubiera tenido lugar un hecho por cierto muy desagradable, que se ha convertido en delito, con un detenido incluido.
Vayamos por partes. El video que se hizo viral y que mostraba a dos viejos con cara de gamonales, riñendo y gritoneando a una mujer de aspecto pobre, acompañada de un niño (luego se supo que eran abuela y nieto) causó indignación a quien lo vio. Era una escena extremadamente desagradable y que podía hacer recuerdo a injusticias históricas que son parte de nuestro ADN.
Todo ello sucede cuando el racismo es una latencia en nuestra sociedad, y en nosotros como individuos, y que es casi imposible de extirpar; en realidad, al igual que con el HIV, esa tara debe hacerse indetectable para que así también sea intransmisible. ¿Pero hubo una expresión racista en lo que se vio, en el video de marras? Creo que no. ¿Había un retrogusto racista? Posiblemente sí, pero ese es un tema de percepción, un piropo puede también ser visto como una agresión.
Yo tuve acceso a esta historia ya con el antídoto, es decir la enorme cantidad de comentarios en las redes que parecían lo que llaman un escrache o linchamiento mediático de los torpes vecinos de ese nada “chic” barrio de Alto Achumani. Por otra parte, siento simpatía por los vecinos que hacen de su parte para embellecer sus barrios, o para cuidarlos, y aunque esa no era la forma más adecuada, pensé que eso era lo que estaban haciendo quienes riñeron de manera tan fea a la pobre mujer.
Pero sentí también un tufo fariseo y quise ver algunos otros aspectos. En el interín la cosa ha ido a mayores y uno de los involucrados, el más bocón, esta privado de libertad, vale decir preso. En su casa, pero sigue encerrado. Aunque uno viva en una bella casa, si le prohíben salir de la misma, esta se convierte en una horrible prisión por más que las otras sean aún peores.
La mujer que fue a cosechar tunas que no eran suyas, y que eran parte del ornato de la zona, ha logrado varias satisfacciones: el tipo que le gritó le ha pedido disculpas, el presidente la ha recibido y el alcalde le ha entregado un puesto de venta. Pero la verdadera víctima de este entuerto es el gruñón, al que se le ha iniciado un juicio, lo cual ya es un castigo kafkiano en nuestro país, y como escribí más arriba, se le ha quitado su libertad.
El castigo que se le ha dado al individuo, que es excesivo por donde se lo mire, es también un acto de injusticia.
Este episodio nos muestra además algunas cosas, aparte de nuestras taras endémicas. Me refiero a la forma profundamente demagógica que tienen buena parte de nuestros políticos de lidiar con los pobres, vale decir, usarlos, en vez de dar soluciones reales a sus necesidades. Y claro, la justicia una vez más ha demostrado cuan atroz es.