En las monarquías la silla del monarca era de su propiedad. Dios se la había conferido hasta el último de sus días. Esto no sucede en las democracias, más bien la silla presidencial, como nos lo recuerda el filósofo Claude Lefort, no tiene propietario: está y debe seguir estando vacía, o sea, ocupada temporalmente, sin propietario definitivo.
Los presidentes, ocupantes circunstanciales gracias al voto, tienen fecha de caducidad. Sus periodos están limitados y la presidencia no tendrá que esperar para concluir la muerte del presidente (salvo accidente o enfermedad). Mario Malpartida (MM) en su columna “Como si fuera su casa” (El Día, 13|08|24) escribe sobre la frase “Como Pedro por su casa”.
¿Qué nos dice en un tono reflexivo y perspicaz? Que estos “pedros” que tienden a proliferar en el país actúan como si fueran dueños del país y sus instituciones, sin miramientos ni respeto alguno. A su entero antojo. Y MM recuerda que los “pedros”, si algún derecho tiene es el conferido por el voto ciudadano para administrar circunstancialmente una institución, y no para apropiársela y ponerla a su servicio como provecho.
Y que los “pedros” traen dos vicios adicionales que erosionan la institucionalidad: uno, multiplicar con otros “pedritos”, igual de perniciosos, la organización que dejan de administrar para empezar a dominar (prescindiendo de los talentosos y los meritorios); y otro, en cuanto se hacen cargo de la institución, paulatinamente se van evaporando los mandatos institucionales y el bien común, para irse tejiendo toda su dinámica alrededor del su ombligo autoritario.
MM apunta que la democracia, así como las instituciones que eligen a sus máximas autoridades a partir del sufragio, se deben hacer cargo de las personas que eligieron para llevar sus riendas. Y que los votantes nunca se deben permitir ni la indiferencia y peor la complicidad.
“La indiferencia del ciudadano es letal para la democracia, ya que puede provocar que el mandatario empiece a sentirse perfecto para el papel de Pedro y dirija caprichosamente lo que considera su casa (…) nunca debe permitir que las cosas avancen hasta el extremo, pues acabará sometido, expuesto a perder poco a poco sus derechos, y pronto, su libertad”.
Por tanto, los “pedros” se hacen en parte gracias a la ambición y el cinismo de sentarse en la silla como si fuera suya desde la cuna hasta la tumba; pero se hacen en gran parte gracias a la complicidad y el conformismo de la gente, que, por comodidad y ceguera, sigue el principio de dejar hacer y dejar pasar. Hasta que la casa de todos ya no sabe ni luce como un hogar, sino a un infierno colectivo, pero que posee una habitación debidamente refrigerada y confortable para los Pedros y pedritos de esta casa a la que convirtieron en su hotel.