Aunque la prioridad obvia de estos tiempos es encontrar la mejor manera, individual y comunitaria, de frenar la propagación del coronavirus, también es esperanzador pensar en el día después, porque al abrir la perspectiva de futuro nos sacudimos esta sensación de inmovilidad e incertidumbre, compartida por primera vez en la historia de la humanidad por mas de 7.500 millones de habitantes.
Independientemente de lo que ocurra, por supuesto que hay futuro después del coronavirus y hasta es probable que nos encuentre como mejores seres humanos, más conscientes de lo que verdaderamente debe tener prioridad en nuestras vidas.
La cuarentena seguramente será un potente estímulo para la reflexión y no solo la causa de días largos y noches tediosas.
Pero, además, se sabe que ese futuro que nos espera más allá de la pandemia no será para nada fácil. Todo lo contrario. El impacto sobre la economía global y local será muy grande y desde ahora se debe contribuir a diseñar el plan B de una lenta reactivación.
Es muy probable, por ejemplo, que como efecto del encadenamiento de factores que desacelerarán dramáticamente el ritmo del crecimiento económico, se comprometa lo avanzado en los años de bonanza.
Millones de personas que se aferraban a la cuerda de esperanza que los impulsaba de la pobreza hacia el bienestar posiblemente queden a medio camino. Y sin duda es una tarea mayúscula para la sociedad que emerja de esta crisis inesperada el saber que se hará con todos ellos.
El Estado tiene una tarea mayúscula en los próximos meses y los políticos el desafío de crear una agenda compartida de soluciones para problemas cuyo impacto trascenderá por lo menos una generación.
El sector privado deberá reinventarse para poder sobrevivir a la adversidad. Se habla de una era de nuevos negocios y de retos mayúsculos para asegurar la estabilidad y la calidad de los empleos.
En un escenario del que nadie saldrá ganando, la corresponsabilidad en la recuperación es muy grande. No solo el gobierno deberá aportar con el diseño de políticas de emergencia. También los empresarios, la banca y otros actores deberán ser protagonistas de este esfuerzo que posiblemente no tendrá parangón en nuestra historia.
Ya sin el impulso del gas y condicionado por una “cuarentena” ideológica forzada que nos aisló de los mercados, el país tendrá que buscar nuevas fórmulas que dinamicen el crecimiento de la economía. ¿Hacia dónde mirar? ¿A las energías alternativas? ¿A los servicios e infraestructura para interconectar los océanos? Intuir cuál será el camino que nos lleve hacia la certidumbre es una de las tareas de mayor relevancia.
Malo o bueno, el futuro es futuro y por lo tanto debemos pensar en él como una nueva oportunidad, que nos permita acomodar las cosas de manera tal que sean menos los desequilibrios y las desigualdades. Si la pandemia nos iguala a todos, que la crisis sirva al menos para permitirnos ver, por ejemplo, un horizonte donde nuestro sistema de salud se fortalezca y sea mucho mejor que el que tenemos ahora.
Entre la diversidad de lecciones que van quedando al cabo de estos días de expresivo silencio en todas las ciudades, tal vez la principal de todas es que la salud debe recibir mucho mas del 10% del presupuesto anual si queremos salvar las vidas que están en riesgo hoy y las que por la razones de siempre -diarreas, dengue, diabetes, cáncer- estarán en riesgo mañana.
La vergüenza de un sistema con poco más de una cama hospitalaria por cada 1.000 habitantes y de 15 profesionales de salud por cada 10.000 habitantes, es algo que debe superarse en un plazo relativamente breve. Y no es que los problemas acumulados por años no puedan ser resueltos con mayor celeridad. Es cuestión de priorizar gastos y orientar inversiones donde se debe. Nada mas.
La crisis sanitaria, que en realidad es una amenaza global de muerte, debería devolverle a la política un sentido en el que prevalezca la necesidad de mejorar la vida de los ciudadanos, sin que ello implique apelar a los filtros ideológicos que impiden o estorban la posibilidad de encontrar puntos de encuentro allí donde todo parece líneas paralelas.
La pandemia golpeó a todos. Ningún país puede decir hoy que actuó mejor que el otro o que aplicó un remedio más eficaz. Los chinos sufren igual que los estadounidenses y los cubanos lo mismo que los brasileños. El virus no reconoció fronteras. Fue el más global de los eventos en la historia de la humanidad desde los tiempos de la gripe española (1918) e hizo que todos observáramos con la misma perplejidad nuestras debilidades comunes.
Tal vez esta sea la oportunidad de llegar a nuevas síntesis que permitan recoger lo mejor de cada uno de los modelos existentes u, ojalá sea así, de encontrar uno que haga posible finalmente transformar la asfixiante incertidumbre de hoy en esperanza de que las cosas pueden ser diferentes. El día después está muy cerca y el mayor homenaje a los que se fueron en estos días de drama es que los que todavía estamos aquí hagamos las cosas de manera que en el futuro las amenazas no nos encuentren tan vulnerables.
Hernán Terrazas es periodista.