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23/10/2022
El Tejo

¿Confiar en la Policía?

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

La Constitución Política del Estado norma que la Policía, “como fuerza pública, tiene la misión específica de la defensa de la sociedad y la conservación de orden público, y el cumplimiento de las leyes en todo el territorio boliviano”.

Si así fuera, la Policía gozaría de la confianza ciudadana, pero, si cuando se trata de conservar el orden público y hacer cumplir la ley actúa cuando quienes lo alteran no son del partido de gobierno y hasta garantizan su movilización cuando lo son, el grado de confianza en ella se reduce. O que amenaza con abrir calles y plazas en eventuales paros cívicos, pero, por ejemplo en Cochabamba, los pobladores de K´ara K´ara bloquean el uso del vertedero cuando les viene en gana, dejando a la ciudad llena de basura, miran para otro lado.

O como sucede en La Paz, donde la Policía protege a los dirigentes del mercado ilegal de la coca, afín al partido de gobierno, mientras reprime a los dirigentes del mercado legal.

Y si algunos de efectivos sufren un accidente automovilístico y se denuncia que el vehículo en el que se trasladaban es uno robado en Chile, la cosa se pone peor.

Para más cuestionamiento, si un coronel de la Policía interfiere una misa en una cárcel para que haya una audiencia porque a él le parece lo correcto y, además, amenaza al sacerdote responsable, eso de conservar el orden púbico y hacer cumplir la ley parece un cuento de terror.

Hay, además, más acciones arbitrarias y cercanas a la gente. Comienzo por una anécdota personal. El domingo a las 14 horas volvía a mi casa y frené bruscamente en una esquina para ceder el paso a un coche patrullero de la Policía, y los policías creyeron que había ingerido bebidas alcohólicas. Se dieron el trabajo de doblar un manzano para darme alcance y ordenarme estacionar. Hice caso, se acercaron y me pidieron la licencia de conducir. Pregunté qué infracción cometí y me preguntaron si había tomado alcohol. Les respondí que sí, un vaso de wiski. Seguramente pensaron que a “confesión de parte, relevo de prueba” y me ordenaron ir a una estación policial, a lo que accedí.

Mientras íbamos un vehículo delante del mío pasó la esquina estando el semáforo en rojo sin que los policías reaccionaran. Al llegar a la “Epi” les dije que mientras me acusaban porque ellos creían que había ingerido alcohol, dejaban pasar a quien efectivamente cometió una infracción.

En la EPI una policía a la que no podría reconocer porque estaba con gorra y barbijo me tomó tres veces la prueba de alcoholemia pues el resultado era menor al permitido. Pese a ello me dio un discurso sobre beber alcohol y finalmente nos despacharon del recinto, no sin antes decir a mi esposa, que filmaba el acto, que eso estaba prohibido.

Conté este episodio en un encuentro informal y de inmediato surgieron otras anécdotas, como que a una señora que efectivamente había tomado bebidas alcohólicas por encima de lo permitido querían llevarla a un cajero automático para sacar dinero. La oportuna colaboración de un pariente impidió ese abuso. Otro contó que una patrulla lo detuvo y al comprobar que no estaba ebrio comenzaron a abrir su mochila “buscando algo”.

También se contó el caso de una familia que sufrió un robo y no sentó denuncia por miedo a la Policía, y otra ciudadana que estando estacionado su vehículo fue chocado por otro cuyo conductor, aparentemente con influencia en la Policía, estaba claramente ebrio. Al final del proceso, la culpa fue divida entre las dos partes, porque sí…

No parece pertinente hacer este recuento en circunstancias en las que en el viejo mundo un remedo de Hitler tiene cerca el botón que podría provocar una guerra mundial y en el país hay muchos síntomas de que por falta de diálogo y demasiada vocación autoritaria podría comenzar en Santa Cruz una confrontación violenta.

Pero, en la vida cotidiana es importante lo que directamente nos afecta como ciudadanos y uno de los temas que nos tiene asustados es que no contamos con una Policía que cumpla su mandato constitucional, porque, al parecer, sus mandos creen que lo importante es que la gente les tema y no que confíe en ellos.

Algún rato habrá que replantear el papel de la institución del orden, quitarla de la presión del Ejecutivo y dotarla de recursos y formación integral.



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