El domingo pasado comenzó a circular en redes sociales un video que muestra la manera en que un grupo de personas –todas con barbijo– apostado en el aeropuerto Jorge Wilstermann de Cochabamba, abuchean, empujan y golpean al exministro Carlos Romero Bonifaz, hombre poderoso si los habrá habido, durante los gobiernos de Evo Morales.
La escena, desagradable por donde se mire, despertó todo tipo de comentarios de los usuarios de las redes sociales. Algunos se mostraban ufanos con lo sucedido, alegrándose abiertamente con lo que le pasó al exministro, utilizando expresiones tan comunes a quienes viven llenos de odio. Otros, más mesurados, comentaban que “lo que se hace se paga”. Por fin, otros, como el expresidente fugado, denunciaron abiertamente y con sustento razonado, que quien organizó todo fue el gobierno, pues nadie más puede saber así por así cuándo y en qué vuelo se desplazaría Romero. Incluso señaló que quienes agredieron al exministro usaban barbijo y que había alguien expresamente destinado a filmar la escena. Por supuesto que a Evo Morales le sobra experiencia en la materia ya que durante sus gobiernos, infinidad de veces, matones agredieron no sólo a opositores, sino también a quienes se manifestaban pacífica y públicamente en defensa de sus derechos.
Romero Bonifaz no es ni de lejos ningún dechado de virtudes y durante su ejercicio como ministro abusó de su condición de manera inimaginable. Su sociedad con Mario Cronembold, quien fuera nombrado embajador de Bolivia en Paraguay y que tuvo que renunciar por burlarse de los paraguayos, da cuenta de vínculos muy extraños, pues este último compró una propiedad al lado de la cual, según se comentaba, había una pista también extraña. Su implicación en el lamentable caso de Jacob Ostreicher, el empresario norteamericano que fue injustamente encarcelado en Palmasola y al que esquilmaron su dinero y sus propiedades, da cuenta también de la calaña que es.
Sin embargo, todo eso no es suficiente para justificar la actuación de estos grupos de matones que, en medio de la pelea de los masistas por la codiciada silla presidencial (porque pelea ideológica entre los dos bandos no hay) pretenden imponer sus puntos de vista a la mala, mediante el acoso, las golpizas, los insultos, las amenazas y los enjuiciamientos.
Lo ocurrido recuerda lamentables ejemplos que se han dado a lo largo de la historia de humanidad y en tiempos no tan lejanos. En la Alemania nazi, el terror que sembraron las Sturmabteilung (las tristemente célebres SA) fue brutal. Esos jóvenes que usaban camisas pardas golpeaban gente en las calles impunemente, prevalidos de su condición.
En Italia, los “camisas negras”, organizados por Benito Mussolini, eran un instrumento de acción violenta del fascismo. Se oponían a los sindicatos de obreros y campesinos del entorno rural y utilizaban métodos cada vez más violentos en proporción al crecimiento del poder del Duce. La violencia, la intimidación y el asesinato contra sus oponentes políticos y sociales eran cotidianas y en sus filas actuaban delincuentes.
Otro ejemplo más cercano en tiempo y espacio a Bolivia fue el de los Tonton Macoute (hombres de saco) en Haití, que actuaron durante los gobiernos de François "Papa Doc" Duvalier y de su hijo, Jean-Claude "Baby Doc" Duvalier. Conformados por sujetos reclutados de las clases más bajas de la sociedad haitiana, así como por criminales deseosos de dar rienda suelta a sus más bajos instintos, propagaron el horror y convirtieron a ese país en un gran cementerio, alardeando de la impunidad gubernamental de la que disfrutaban.
Cuba, Venezuela y Nicaragua son otros ejemplos de donde actúan grupos paramilitares que no permiten que la población se exprese de ninguna manera, impidiendo cualquier tipo de reclamo; actúan exprofeso para sembrar terror y desanimar de ese modo cualquier reacción de la disidencia o de la oposición.
En Cuba, civiles armados, a veces con palos, controlan que nadie diga nada. En Venezuela, además de ejercer represión, se tortura hasta la muerte, incluso fuera de su territorio. En Nicaragua, se persigue hasta a los miembros de las iglesias, especialmente la católica; incluso se llegó a profanar el cadáver del sacerdote y poeta Ernesto Cardenal el día de su entierro, sin ninguna consideración ni respeto.
Convengamos en una cosa: más allá de afectos o desafectos, todo lo descrito en esta columna no es democracia, sino precisamente lo contrario. Venga de donde venga.
Carlos Derpic es abogado.