Evo Morales ha dicho que va a candidatear para la presidencia del Estado Plurinacional en las elecciones del año 2025, debe pensar que al que madruga la Pachamama le ayuda, pero lo cierto es que es un anuncio extemporáneo, todavía no hay convocatoria a las primarias y el MAS está que se desintegra.
Ha dicho que lo hace por salvar a Bolivia, pero ha querido decir tal vez que lo que quiere es salvar al MAS, algo que desde el punto de vista masista hasta podría ser loable, pero quiere hacerlo bajo sus términos, algo que obviamente no convence a una buena parte de los militantes de ese partido.
Para Bolivia la candidatura de Morales es una muy mala noticia, porque existe la posibilidad de que se presente a las justas electorales, y de que eventualmente las gane, una persona completamente descalificada, y acá no me refiero a su pobreza intelectual, de la que ni siquiera vale la pena hablar o escribir, me refiero ante todo a su explicito desprecio a la democracia.
El haber desobedecido los resultados de un referéndum convocado por él respecto a modificar la Constitución que le prohibía postularse el 2019 (de hecho esa CPE también le prohibía repostularse en 2014), tuvo terribles consecuencias para el país puesto que su candidatura en ese luctuoso año 2019 no tenía ninguna legitimidad. Y sucedió todo lo que conocemos de memoria y que los masistas quieren reescribir a su manera.
Morales violó la Constitución, desobedeció un referéndum, manipuló el Tribunal Electoral y el Tribunal Constitucional, que le dieron luz verde para hacer las tropelías que permitirían que él se eternizase en el poder.
Mientras Jeanine Añez, que fue una presidente legítima esté encerrada en una cárcel por hacer un “golpe”, y Camacho, que en realidad lideró un movimiento que terminó con el abuso de poder que se había instaurado mucho antes de que los electores fueran a votar y que llegó al colmo cuando se produjo el fraude en octubre, no debería el principal responsable estar tranquilo en una carrera electoral.
Luego de sus tropelías anteriores a octubre del 2019, en el momento de la verdad Morales tampoco estuvo a la altura de los acontecimientos (aclaremos que si hubiera tenido lugar el golpe que nunca fue, también hubiera sido la suya una actitud extremadamente cobarde), pero lo que hizo fue jugar con el país, dejarlo sin gobierno y en profunda anomia. Los brotes de violencia que él no trató de amainar sino que los alentó, fueron mayores. La flota de PumaKataris incendiada es uno de los testimonios mudos de ese momento.
Para cualquier mente mínimamente ordenada y con una idea clara de democracia, la candidatura de Morales en 2019 fue espuria, ilegítima e inclusive insultante para quienes sufren de violación a sus derechos humanos (qué argumento más bajo y más risible el que esgrimieron los masistas).
La pregunta es ahora ¿en qué medida puede tener legitimidad una candidatura de alguien como Morales? Esto va más allá de sus planes de gobierno, de los tremendos errores económicos que se cometieron durante 15 años, del despilfarro descontrolado que también es delictivo, ni siquiera con su comportamiento personal, que lo hace sospechoso de estupro, me refiero exclusivamente a su relación con Gabriela Zapata, tiene que ver con la esencia misma de la legitimidad y por ende la gobernabilidad.
Hay gente que detesta a Morales por razones equivocadas, por razones detestables, pero el ciudadano democrático de buena índole simplemente no puede dejar pasar por alto todas las maniobras que hicieron Morales y su entorno por eternizarse en el poder. Dicho sea de paso, esta ansia por permanecer en el poder, ese abuso de poder, es el huevo de la serpiente del monstruo que es la justicia boliviana, el peor de nuestros males.