Escribo esta columna antes de que se realice el anunciado “debate
presidencial” del domingo en el que, se presume, participarán seis de los siete
candidatos en carrera, pues el del MAS ha optado, hasta este momento, por no
hacerlo.
Veremos cómo se desenvolverán. Pero, como la organización es rígida (única manera para que acepten participar) será muy difícil que haya una sorpresa que lo haga interesante. Cada uno responderá a las preguntas que los periodistas seleccionados harán y, por lo que conozco, será muy corto el tiempo para que intercambien pullas entre ellos. Es decir, más que un debate se tratará de un interrogatorio. Obviamente, peor es nada.
Conviene recordar que el primer debate entre candidatos presidenciales se realizó en las elecciones de 1989. Lo organizó el directorio de la Asociación de Periodistas de La Paz presidido por Ana María Romero de Campero. Se realizaron tres sesiones, seleccionando a los candidatos mejor ubicados en encuestas que se hicieron y que todavía eran creíbles.
Dado el éxito alcanzado, la APLP (con el apoyo y patrocinio de otras entidades del gremio) se encargó de organizar debates de esta naturaleza en las elecciones de 1993, 1997, 2002 y 2005. También lo hizo, bajo otro formato, la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB). De una u otra manera, se institucionalizaron ambos, hasta que llegó el 2005, en los que los candidatos del MAS decidieron no participar y no lo hicieron durante las dos elecciones siguientes, pese a que formalmente se los realizó, con su ausencia.
Si bien desde muchos sectores de opinión criticamos esta actitud poco transparente y democrática, resulta que ahora doy un paso atrás gracias al debate sostenido entre los candidatos a la Presidencia de EEUU, Joe Biden y Donald Truman, en el que sólo faltó que se vayan a las manos, lo que ha sido criticado por el establishment de la opinión en ese país.
Obviamente el indecente ha sido Trump, quien definitivamente mostró el comportamiento de un matón. Y se sabe que si uno se pelea con un matón debe utilizar sus mismas mañas, pues ser decente sólo ayuda a ser derrotado. Incluso, la novia por la que se pelean fácilmente se irá con el matón, figura que se aplica a una buena parte del electorado estadounidense que parecería que goza con las groserías y mentiras de Trump.
Mientras veía partes de ese debate, reconfirmaba mi hipótesis de que nunca un presidente estadounidense ha hecho tanto para convertir a su país en una republiqueta bananera e incrementar en el planeta la antipatía y desconfianza hacia esa potencia a niveles pocas veces vistos (para colmo, acaba de tener una dura fricción hasta con el Vaticano).
Pero, mal de muchos… recordé al ex mandatario fugado y me alegré de que no haya participado nunca en debates presidenciales, porque probablemente también habría convertido esos espacios de diálogo en un ring, al ser tan parecido a Trump y hubiéramos sentido vergüenza ajena, como la que han mostrado los analistas del país del norte consultados por los medios de comunicación.
Es que ambos están cortados, pese a sus diferentes intereses, por una misma tijera: una egolatría sin medida que se expresa en su perfil autoritario, elevada ignorancia y el desprecio a la institucionalidad estatal si ésta no ayuda al logro de sus objetivos. Para ellos todo vale y la ley es un papel cualquiera. Su desafío es acaparar poder a cualquier costo, vulnerando elementales normas de convivencia pacífica.
Así, entre ambos extremos, es decir entre una sesión de intenso interrogatorio y un ring en el que pelean los adversarios, creo que prefiero el primero, aunque con mayor flexibilidad, pues es en la reacción ante lo imprevisto cuando un candidato demuestra su capacidad para garantizar la gobernanza. En el caso, del MAS, su ausencia confirmaría, no más, su sumisión a Buenos Aires.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.